El Poder del Perdón: Liberación y Sanidad

Sermon para el 16to. Domingo después de Pentecostes- 17/09/2023
Rev. Enzo Pellini
Mateo 18:21-35

21 Pedro se acercó a Jesús y preguntó:

—Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces?

22 —No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete —contestó Jesús—

23 »Por eso el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. 24 Al comenzar a hacerlo, se presentó uno que le debía diez mil monedas de oro. 25 Como él no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su esposa y a sus hijos y todo lo que tenía, para así saldar la deuda. 26 El siervo se postró delante de él. “Tenga paciencia conmigo —rogó—, y se lo pagaré todo”. 27 El señor se compadeció de su siervo, perdonó su deuda y lo dejó en libertad.

28 »Al salir, aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien monedas de plata. Lo agarró por el cuello y comenzó a estrangularlo. “¡Págame lo que me debes!”, exigió. 29 Su compañero se postró delante de él. “Ten paciencia conmigo —rogó—, y te lo pagaré”. 30 Pero él se negó. Más bien fue y lo hizo meter en la cárcel hasta que pagara la deuda. 31 Cuando los demás siervos vieron lo ocurrido, se entristecieron mucho y fueron a contarle a su señor todo lo que había sucedido. 32 Entonces el señor mandó llamar al siervo. “¡Siervo malvado! —le dijo—, te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. 33 ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?”. 34 Y enojado, su señor lo entregó a los carceleros para que lo torturaran hasta que pagara todo lo que debía.

35 »Así también mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a su hermano».


La esencia del texto de hoy se centra en la importancia del perdón y la misericordia en la vida de los seguidores de Jesús. El pasaje nos enseña que debemos perdonar de manera incondicional y generosa, sin establecer límites rígidos en la cantidad de veces que debemos perdonar a quienes nos han herido. En lugar de eso, se nos insta a perdonar repetidamente, sin importar cuántas veces se nos ofenda.

La parábola en este pasaje ilustra la idea de que, dado que hemos recibido el perdón y la misericordia de Dios, debemos reflejar esa gracia en nuestras relaciones con los demás. El siervo perdonado por una deuda inmensa pero que luego se niega a perdonar a otro siervo por una deuda mucho menor destaca la importancia de perdonar de corazón y no retener el resentimiento.

Hoy, Jesús nos habla de que el perdón es un principio fundamental en la fe y una parte esencial de vivir una vida de amor, compasión y reconciliación con los demás. Jesús nos llama a perdonar como hemos sido perdonados y a liberarnos del peso del resentimiento para encontrar la paz interior y mantener relaciones saludables. Además, se nos advierte sobre las graves consecuencias de no perdonar, tanto en nuestras relaciones humanas como en nuestra relación con Dios.

El mensaje de hoy, relacionado con el mensaje del domingo pasado en el que se nos decía que debíamos solucionar los conflictos dentro de la comunidad cristiana, tiene que ver con un paso más: la solución de raíz de todo conflicto que tiene lugar con el acto del perdón. Este tema tiene dos facetas: en primer lugar, debemos perdonar porque Dios lo pide. Así como Dios fue misericordioso con nosotros al perdonar nuestro pecado original, es decir, nuestro distanciamiento de Él y nuestro acercamiento a comenzar a ser Sus seguidores a través del bautismo, y al aceptarnos en Su redil como hijos de Dios, así también debemos tener la misma disposición permanente para perdonar a nuestros prójimos. Y en segundo lugar, tenemos que perdonar porque nos conviene, nos hace bien, nos mejora, nos mantiene sanos. La falta de perdón no sólo nos trae desequilibrio espiritual y dificultades mentales, sino que también nos enferma físicamente.

Es difícil pedir perdón, humillarse y admitir que nos hemos equivocado, sin duda. Una de las encrucijadas más grandes que debemos enfrentar en nuestra vida es optar entre pedir perdón o seguir aferrados a nuestro orgullo. ¿Por qué nos resulta difícil perdonar? Esto podemos explicarlo, como trabas que nos impiden perdonar:

Heridas emocionales intensas: Cuando alguien nos ha herido gravemente, ya sea emocional, física o psicológicamente, es natural sentir una profunda aflicción y resentimiento. El proceso de sanar estas heridas puede ser largo y complicado, lo que dificulta el perdón.

Orgullo y ego: Nuestro orgullo y ego pueden interferir con la capacidad de perdonar. A veces, podemos pensar que perdonar nos hace parecer débiles o nos hace sentir como si estuviéramos perdiendo el control de la situación. Esto puede dificultar el proceso de perdonar a alguien.

No poder entender los sentimientos de la otra persona, es decir no tener empatía: A veces, es difícil perdonar cuando no podemos entender por qué la otra persona actuó de esa manera o cómo se sintió en ese momento. Esto puede hacer que nos cueste perdonar.

Miedo a ser heridos nuevamente: Si hemos sido heridos en el pasado por la misma persona o tipo de situación, podemos tener miedo de perdonar y abrirnos a la posibilidad de ser heridos nuevamente. Esto puede llevar a la resistencia al perdón.

Querer que la persona que hizo daño reciba un castigo: A veces, queremos que la persona que nos lastimó sea castigada por lo que hizo en lugar de perdonar. Creemos que es importante que enfrenten las consecuencias de sus acciones.

Cultura de la venganza: Esto es algo que debemos mencionar hoy. Muchas veces he observado que, incluso dentro de las comunidades cristianas, permitimos que se filtren distintos tipos de ideologías o falsas teologías, así como la sabiduría popular o la manera de ser del mundo que, muchas veces, nada tiene que ver con el Evangelio. En este caso, es posible que hayan escuchado la triste frase: “Yo perdono pero no olvido”, por ejemplo o “yo perdono sólo una vez”, etc., que son clichés y frases hechas que se repiten de boca en boca y parecen ser frases de moda. En nuestra cultura (mundana) y en muchos contextos sociales, la venganza se considera una respuesta más aceptable que el perdón. Esto puede influir en nuestra disposición a perdonar, ya que podemos sentir presiones externas para buscar represalias en lugar de perdonar. Y esa filosofía popular no tiene nada que ver con el evangelio. Hoy, Jesús nos dice que debemos perdonar hasta 490 veces, por ejemplo, queriendo decir siempre.

No saber cómo lidiar con los sentimientos: Algunas personas pueden no saber muy bien qué hacer con los sentimientos de enojo, furia y dolor que experimentan. En lugar de enfrentarlos y resolverlos, pueden encontrar más fácil quedarse enojadas en lugar de perdonar.

Circunstancias complicadas: A veces, no está claro a quién o qué debemos perdonar. En ocasiones, puede ser confuso saber a quién o qué debemos perdonar, especialmente cuando varias personas o situaciones están involucradas. O cuando las personas que nos han hecho daño ya no están o han fallecido. Esto puede hacer que el proceso de perdón sea complicado.

No obstante, Jesús nos dice hoy que debemos hacer el esfuerzo de perdonar. Aún a las personas de nuestro pasado , ya fallecidas, por ejemplo. El perdón no es un acto de los sentimientos, sino un acto de la voluntad. Es decir, podemos decidir perdonar, no esperar a sentirnos capaces sentimentalmente de perdonar. Es difícil, sí, claro que es difícil, pero es más fácil cuando lo manejamos de esa manera, como una decisión de la voluntad y no de los sentimientos, y además como una forma de obediencia a Dios. ¿Qué pasa con las personas perdonadas? ¿Aceptarán nuestro perdón, valorarán nuestro perdón?, eso quedará en ellos. Si ellos no aceptan el perdón, tendrán que dar cuentas delante de Dios, de la misma manera que sucedió con el siervo despiadado de la parábola de Jesús.
En el caso de las personas que ya no están también podemos liberarnos y perdonar: podemos decir por ejemplo en voz alta y simplemente: Te perdono, he decidido perdonarte, porque Jesús me lo pide.

Cuando reunimos todas nuestras fuerzas posibles y volvemos sobre nuestras palabras y expresamos lo contrario al orgullo: “Perdón, me equivoqué”. De más está decir que todo cambia a partir de ese momento, pues una vez que decimos esa palabra “mágica”, toda barrera cae por tierra y reconstituimos nuestras relaciones.

Muchas veces no logramos disfrutar de nuestra vida porque tenemos cuentas pendientes con los demás. Y no me refiero al aspecto económico, sino al ámbito de nuestras emociones. Es más, muchos profesionales de la salud aseguran que gran parte de las enfermedades modernas surgen como fruto de cuestiones no resueltas con otras personas. En otras palabras, la falta de humildad para dar el paso de valentía y pedir perdón (o también aceptar el perdón cuando vienen a pedirnos el perdón por cosas que nos hicieron) puede llegar a producir enfermedades psicosomáticas (algo que comienza en el alma y muy pronto afecta a distintas partes de nuestro cuerpo). Muchos profesionales y sanadores afirman que, por muy horrible que parezca la situación, si estamos dispuestos a liberar y perdonar, podemos curar prácticamente cualquier cosa. Y en la iglesia sabemos que cuando hay perdón allí se manifiesta el Espíritu Santo de Dios en la comunidad, pues la falta de perdón contrista al Espíritu de Dios. (Ef 4:30-32)

Es cierto. Muchas de nuestras consultas a los psicólogos, nuestras charlas frente a una persona religiosa y nuestras inversiones en libros de autoayuda tienen su origen en la búsqueda de elementos que nos den valor y sentido cuando otros nos han maltratado. Es decir, buscamos cómo reafirmarnos e incluso deseamos librarnos de las cargas para poder perdonar.

¿Pero saben algo? A lo largo de nuestras vidas, existen diversas ocasiones en las que nosotros somos los equivocados y tenemos que pedir perdón.

El rey David escribió: “Mientras guardé silencio, mis huesos se fueron consumiendo por mi gemir de todo el día. Pero te confesé mi pecado y no te oculté mi maldad. Me dije: ‘Voy a confesar mis transgresiones al Señor’. Y tú perdonaste la culpa de mi pecado” (Salmo 32:3,5).

Es una buena sugerencia práctica para esta nueva semana. Los animo a pedir perdón a quienes hayan ofendido, si es el caso, o a aceptar el perdón de los que les hayan pedido perdón. Hagan esa llamada, escriban ese correo electrónico, encuéntrense con esas personas por ese motivo y hasta oren con las palabras del salmo. Pero lo más importante para poder vivir una vida en bendición, es decir, en sanidad espiritual, mental y física, liberémonos hoy mismo de toda carga emocional, diciendo: “Perdón, me equivoqué” o, “Sí, acepto tu perdón”.
Amen.

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