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Dios siempre perdona pecados

Sermón para el 4to domingo de Cuaresma-
Enzo Pellini
Lucas 15:1-3.11-32

Todos los cobradores de impuestos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. 2 Los fariseos y los escribas comenzaron a murmurar, y decían: «Éste recibe a los pecadores, y come con ellos.»

3 Entonces Jesús les contó esta parábola:

Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos, 12 y el menor de ellos le dijo a su padre: “Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde.” Entonces el padre les repartió los bienes. 13 Unos días después, el hijo menor juntó todas sus cosas y se fue lejos, a una provincia apartada, y allí dilapidó sus bienes llevando una vida disipada. 14 Cuando ya lo había malgastado todo, sobrevino una gran hambruna en aquella provincia, y comenzó a pasar necesidad. 15 Se acercó entonces a uno de los ciudadanos de aquella tierra, quien lo mandó a sus campos para cuidar de los cerdos. 16 Y aunque deseaba llenarse el estómago con las algarrobas que comían los cerdos, nadie se las daba. 17 Finalmente, recapacitó y dijo: “¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen pan en abundancia, y yo aquí me estoy muriendo de hambre! 18 Pero voy a levantarme, e iré con mi padre, y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, 19 y no soy digno ya de ser llamado tu hijo; ¡hazme como a uno de tus jornaleros!’” 20 Y así, se levantó y regresó con su padre. Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y tuvo compasión de él. Corrió entonces, se echó sobre su cuello, y lo besó. 21 Y el hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y no soy digno ya de ser llamado tu hijo.” 22 Pero el padre les dijo a sus siervos: “Traigan la mejor ropa, y vístanlo. Pónganle también un anillo en su mano, y calzado en sus pies. 23 Vayan luego a buscar el becerro gordo, y mátenlo; y comamos y hagamos fiesta, 24 porque este hijo mío estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y lo hemos hallado.” Y comenzaron a regocijarse.

25 »El hijo mayor estaba en el campo, y cuando regresó y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas. 26 Entonces llamó a uno de los criados, y le preguntó qué estaba pasando. 27 El criado le respondió: “Tu hermano ha vuelto, y tu padre ha ordenado matar el becerro gordo, porque lo ha recibido sano y salvo.” 28 Cuando el hermano mayor escuchó e sto, se enojó tanto que no quería entrar. Así que su padre salió a rogarle que entrara. 29 Pero el hijo mayor le dijo a su padre: “Aunque llevo tantos años de servirte, y nunca te he desobedecido, tú nunca me has dado siquiera un cabrito para disfrutar con mis amigos. 30 Pero ahora viene este hijo tuyo, que ha malgastado tus bienes con rameras, ¡y has ordenado matar el becerro gordo para él!” 31 El padre le dijo: “Hijo mío, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. 32 Pero era necesario hacer una fiesta y regocijarnos, porque tu hermano estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y lo hemos hallado.”»


Una maravillosa historia de arrepentimiento y de volverse a Dios. Una historia que puede ocasionar el quiebre de corazón de muchos y hasta las lágrimas. Y una historia que puede ser tan sólo simpática para algunos otros. ¿Por qué la diferencia? Porque muchos de nosotros nos encontramos, quizás, en la posición del hijo mayor. El hijo mayor representa a los creyentes fieles a Dios y a su iglesia. El hijo menor representa a las personas que alguna vez tuvieron una comunión con Dios, pero por causa del pecado la perdieron. El Padre representa a Dios en esta historia.
El hijo menor representa a los creyentes, quizás como nosotros, que toda nuestra vida hemos creído en Cristo y hemos sido parte de la iglesia por muchos años. Nunca tuvimos quizás la desgracia de caer en pecado o de apartarnos de Dios y de la iglesia de una forma tan drástica, como en la parábola, la separación del hijo menor de la casa del padre.
Esta parábola está dirigida en primer lugar a los contemporáneos de Jesús. El hijo menor que quiere irse de la casa del padre no son sólo los pecadores, sino también el pueblo de Israel que no quería confiar en y obedecer a Jesús como el Hijo de Dios. Y esto es un rechazo hacia Dios el Padre. Y así como sucedió con el pueblo de Israel, que rechazaban que Jesús tuviera contacto con pecadores, con los marginados de la religión judía, como los cobradores de impuestos y las prostitutas, así también Jesús quería que ellos fuesen compasivos con los pecadores. No con el pecado, pero sí con las personas apartadas de Dios.
Jesús quería mostrarles que la relación con Dios debe ser una relación de obediencia y de cumplimiento de sus mandatos, pero a la vez de mostrar hacia los pecadores el mismo amor y misericordia de Cristo para que ellos también puedan volver a tener una relación con Dios.
Así también, nos causa a nosotros, a veces, rechazo que, personas apartadas de Dios puedan obtener la gracia y el perdón, y comenzar a vivir una vida de plena de fe y confianza y de compromiso con la iglesia que, muchas veces nos impacta. Pues esta nueva comunión, llega a ser más comprometida que la nuestra. Tal fue el arrepentimiento y reconocimiento del hijo menor de lo que significa poder vivir otra vez una vida en comunión con el padre.

Dos mensajes esenciales provienen de esta parábola para nosotros hoy y aquí: que el pecado separa y rompe la comunión con Dios y que esto nos puede suceder a cualquiera de nosotros, no estamos exentos de esto. Y en segundo lugar que debemos ser compasivos con aquellos que se encuentran en pecado y tratar de amarlos para que puedan otra vez hallar el camino a Cristo.

Hoy me gustaría también hablar de lo que significa el concepto pecado. Jesús mismo usa esta expresión. Jesús no niega la existencia del pecado. El dice que: “Así también será en el cielo: habrá más gozo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse”. (Lc 15:7)
El hace una clara diferencia entre el que peca y el que no. Para él está claro que no son dos tipos de personas iguales.

La palabra pecado en nuestra sociedad, especialmente para los no creyentes, suena como una expresión anticuada. Es como algo del pasado, incluso caduco y retrógrado. Una palabra que sólo es utilizada en ciertas iglesias, pero quizás no en nuestro ámbito. Para nosotros no es una palabra anticuada. Es una palabra que sigue teniendo su vigencia. Pecado significa ni más ni menos separación de Dios, permanecer lejos de las leyes de Dios y del beneficio de su comunión.

¿Y en qué radica esta separación? O, ¿cómo podemos darnos cuenta de que vivimos separados de Dios? La única referencia que tenemos para comprobarlo es la Biblia. Cuando no vivimos nuestra vida de acuerdo a la palabra de Dios, estamos viviendo una vida a nuestra manera, y no como Dios quiere, es decir, no de acuerdo a su voluntad.
Hoy en día hay muchos que ponen en tela de juicio lo que dice la Biblia y creen tener más autoridad sobre ella al querer interpretarla a su conveniencia o anteponer otras filosofías o principios parta su interpretación. Hay muchos que cuestionan la Biblia, diciendo que la Biblia necesita ser reinterpretada o adaptada a nuestros tiempos, como si nuestra generación fuese la poseedora autorizada para dar otra interpretación u omitir partes de la Biblia de acuerdo a su parecer. Incluso escuché decir una vez: Dios no interviene en el mundo por medio de un ‘simple libro’—refiriéndose a la Biblia. Dicen que Dios aparece y se manifiesta de otras maneras. Y eso es cierto, Dios se manifiesta constantemente por medio de su Espíritu Santo, pero eso no contradice que El se ha manifestado más que nada a los seres humanos en la forma escrita de lo que hoy llamamos Biblia. Allí se expresa la Voluntad de Dios. Por eso debemos ser cautos de no confundir el ‘espíritu de este mundo’ (1 Co 2:12) con el Espíritu Santo de Dios. Cada vez que nos acercamos a la Biblia con fe y respeto a Dios, recibiremos un mensaje que va más allá de nuestra naturaleza humana.

Para Jesús, el pecado era algo claro. Significa estar separado de Dios. Vivir una vida que nada tiene que ver con su palabra. Jesús nunca discriminó a nadie. El siempre estuvo ahí cerca; se acercó a los pecadores, pero con la intención que se arrepintieran y se volviesen a Dios. Y lo consiguió, más que nada porque él es Dios, pero también por su amor al prójimo. Ese es el amor que Jesús nos manda a poner en práctica.

Hace un tiempo leí un pensamiento de Billy Graham que me gustó y dice: “El trabajo del Espíritu Santo es convencer, el trabajo de Dios es juzgar y el mío es amar”.
Tenemos que ver al mundo entero con los ojos de Jesús, digno de ser amado, pero no por eso aprobar lo que muchos estén haciendo que a lo mejor no coincida con la voluntad de Dios. Jesús no aprueba el pecado.
El echó del templo a los mercaderes que querían aprovecharse del pueblo y profanar y faltarle el respeto al templo; Acusó a Judas de traicionarlo; Enfrentó la vida corrupta de Zaqueo el recaudador de impuestos o la vida desordenada de la mujer samaritana; o la vida moralmente incorrecta de la adúltera. Si bien los aceptó a todos, también los perdonó “de su pecado” y les dijo más de una vez: “Vete, y no peques más” (Jn 8:11). También dijo: “Yo no he venido a llamar al arrepentimiento a los justos, sino a los pecadores” (Lc 5:32)
La sociedad en la que vivimos, sin embargo, a veces no tan cristiana nos dice que hagamos todo lo que nos haga sentir bien, que hagamos lo que sintamos, que disfrutemos la vida, porque lo más importante es sentirnos felices y amar al mundo entero, con paz y felicidad y amor. Y eso es todo cierto; no contradice las promesas de Jesús cuando nos asegura una “vida en abundancia” (Jn 10:10) para todos los que le siguen. Pero esa vida en plenitud es una vida nueva en Cristo fundamentada en sus enseñanzas.
Cuando Jesús habla: “Tu hermano estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y lo hemos hallado”. Está hablando no sólo de una conversión, es decir, de empezar a creer en Cristo como el Hijo de Dios, sino también de un cambio de vida. No basta decir: creo en Dios, sino que se nos invita a vivir a Dios con nuestro modo de vida.
Si hoy le preguntáramos a Jesús, ¿de dónde podremos obtener la información para saber cuáles son las cosas que tú quieres que cambiemos de modo de poder estar otra vez en tu comunión? Seguramente Jesús nos diría:
“El que tiene mis mandamientos, y los obedece, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré, y me manifestaré a él. ” (Juan 14:21) ¿Dónde se encuentran esos mandamientos? En la Palabra de Dios, la Biblia que es el fundamento de nuestra fe.
A lo largo de la historia de la salvación vemos en la Biblia y en la historia de la iglesia que Dios obraba y se manifestaba a través de su Espíritu en la vida personal, en las familias y en muchas comunidades que fueron fieles a su palabra, no es de otra manera.
Que Dios nos permita permanecer fieles a su Palabra que aún permanece. Y que, a través de nuestra obediencia, el Espíritu Santo puede obrar en medio de nosotros, para que nuestra vida se llene de la sabiduría de Dios y del verdadero amor de su Hijo Jesucristo. Pidamos perdón por aquellos pecados de los que somos conscientes para que Dios pueda transformarnos. Y que el favor y el gozo de Dios por haber vuelto a la casa del padre se hagan realidad. Amen