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El Lamento de Jesús: Un Llamado a la Conversión

Sermón
16 de marzo de 2025
Rev. Enzo Pellini
Lucas 13:31-35

31 En ese momento se acercaron a Jesús unos fariseos y le dijeron:
—Sal de aquí y vete a otro lugar, porque Herodes quiere matarte.
32 Él contestó:
—Vayan y díganle a ese zorro: “Mira, hoy y mañana seguiré expulsando demonios y sanando a la gente. Al tercer día terminaré lo que debo hacer”.
33 Pero tengo que seguir adelante hoy, mañana y pasado mañana, porque no puede ser que muera un profeta fuera de Jerusalén.
34 »¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste!
35 Pues bien, la casa de ustedes va a quedar abandonada. Y les advierto que ya no volverán a verme hasta que digan: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”


En este segundo domingo de Cuaresma, las lecturas nos invitan a reflexionar sobre el camino hacia la salvación y el llamado a la conversión. Hoy, el Evangelio según San Lucas 13:31-35 nos presenta un momento profundamente emotivo en la vida de Jesús, un lamento por la ciudad de Jerusalén, que resuena en cada uno de nosotros como un llamado urgente a reflexionar sobre nuestra propia relación con Dios y nuestra disposición a aceptar su protección y su amor.

Mucho se ha dicho acerca de esta lectura. Algunos piensan que el pueblo de Israel acarreó una maldición sobre su historia por haber rechazado a Jesús, y que los conflictos y las dificultades que hoy enfrenta son consecuencia de ese rechazo. No lo sabemos con certeza, pero lo que es claro es que todos los primeros cristianos eran judíos. Dios no se fija en una raza o un pueblo en particular, sino que es fiel a quienes lo aceptan y lo siguen. Además, los conflictos, las guerras y el odio han existido en todas partes del mundo a lo largo de la historia.

Hoy, se nos recuerda la importancia de refugiarnos bajo las alas de esa gallina que personifica a Jesús, y sus polluelos somos cada uno de nosotros, los que creemos en Él. Somos los que nos cobijamos en su iglesia, poniendo en primer lugar la comunidad de los creyentes en nuestras vidas y reconociendo la Palabra de Dios como autoridad sobre nuestras decisiones.

¿Creen ustedes que hay una diferencia entre aquellos que no creen en Jesús y rechazan su iglesia, y los que sí lo hacen? Claro que sí. Es como comparar la vida de un pollito bajo las alas de su madre gallina con la vida de aquellos que deciden vivir desamparados, sin la protección de ella. No debemos sorprendernos de las consecuencias de una vida sin adoración a Dios y sin su protección. Muchas veces, cuando atravesamos problemas, las personas se quejan y vociferan: “¿Dónde está Dios?” Se preguntan por qué hay desgracias en el mundo, pero hoy este texto nos invita a reflexionar: ¿Acaso estábamos como los pollitos, bajo la protección de las alas de la gallina? ¿Reconocían los pollitos a su madre gallina?

Siguiendo esta comparación, ¿reconocemos a Cristo como nuestro Señor? ¿Nos amparamos en la iglesia de Cristo para nuestra propia protección y bien, o nos burlamos de la Palabra de Dios, la rechazamos y rechazamos a Cristo mismo?

Cuando las personas deciden firmemente aceptar a Cristo y comenzar a vivir una vida de fe y confianza en Dios, amparados por sus brazos protectores, eso es lo que llamamos conversión. Es difícil pensar en personas que no toman esta decisión y creer que verdaderamente han experimentado una conversión. En esta Cuaresma, se nos llama precisamente a la conversión, a esos pollitos que deben regresar bajo el cuidado de las alas de la madre gallina.

El Lamento de Jesús: “¡Jerusalén, Jerusalén!” (Lucas 13:31-35)
En el Evangelio de hoy, algunos fariseos advierten a Jesús que Herodes lo quiere matar. Jesús responde con un mensaje de determinación y lamento: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados!” Esta no es una simple queja; es un grito de dolor por la dureza de corazón de la ciudad que representa al pueblo elegido. Jesús lamenta la resistencia constante de Jerusalén, que, a pesar de recibir tantos mensajeros de parte de Dios, no los ha escuchado.
La imagen que Jesús utiliza, comparando a Jerusalén con una madre gallina que intenta reunir a sus polluelos bajo sus alas, es sumamente tierna, pero también desgarradora. Jesús, en su amor y compasión, desea reunir a su pueblo, ofrecerles refugio y seguridad bajo su protección, como una gallina cuida de sus polluelos. Sin embargo, el lamento de Jesús revela que, a pesar de su deseo, “no quisiste”; el pueblo de Jerusalén rechaza la salvación que Él ofrece.
Este rechazo no es solo un asunto del pasado. A través de esta imagen, Jesús también nos habla a nosotros hoy. Nos invita a preguntarnos: ¿Estamos dispuestos a abrir nuestro corazón y permitirle a Él cobijarnos bajo sus alas? ¿O, como Jerusalén, preferimos seguir nuestros propios caminos, rechazando la invitación a la salvación?
El pacto de Dios que experimentó Abrán también se extiende hacia nosotros. Aunque, como Jerusalén, muchas veces nos resistimos a aceptar la protección de Dios, Él sigue ofreciendo su escudo, su refugio, su salvación. Nos llama, al igual que a Abrán, a confiar en su promesa, a no temer, sabiendo que Él está con nosotros en los momentos de dificultad.

La Confianza en la Protección de Dios: “El Señor es mi luz y mi salvación” (Salmo 27)
El Salmo 27 refuerza esta idea de la confianza en la protección de Dios. “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré?” El salmista expresa una confianza profunda en la bondad de Dios, incluso cuando enfrenta peligros y adversidades. Esta confianza es la que Jesús ofrece a Jerusalén y a todos nosotros. En medio del caos, la oscuridad y la adversidad, Dios es nuestra luz y nuestra salvación, y Él quiere brindarnos refugio bajo sus alas, como una gallina cuida a sus polluelos.

El Llamado a la Perseverancia: “Sed imitadores míos” (Filipenses 3:17-4:1)
En Filipenses 3:17-4:1, San Pablo nos exhorta a seguir el ejemplo de aquellos que viven según el llamado de Cristo. Nos anima a ser firmes en nuestra fe y a perseverar en el camino de la salvación, mirando siempre hacia el cielo, nuestra verdadera patria. En este tiempo de Cuaresma, somos invitados a renovar nuestra confianza en Dios y a perseverar en la fe, sabiendo que, como Jerusalén, muchas veces enfrentamos desafíos y tentaciones. Sin embargo, el ejemplo de Jesús y los apóstoles nos anima a mantenernos firmes y seguir adelante, con la certeza de que la victoria final está en Cristo.

Un Llamado a la Conversión y a la Aceptación de la Salvación
Las lecturas de hoy, especialmente el Evangelio, nos llaman a la conversión. Jesús lamenta profundamente el rechazo de Jerusalén, pero, al mismo tiempo, nos ofrece una nueva oportunidad para acercarnos a Él. El tiempo de la Cuaresma es un tiempo de gracia, un tiempo para reflexionar sobre nuestra disposición a aceptar la salvación que Él nos ofrece. Como Abrán confió en las promesas de Dios y el salmista confiaba en su protección, también nosotros somos llamados a confiar plenamente en Dios y a caminar hacia Él con corazones abiertos.
Jesús no fuerza su salvación sobre nosotros; Él nos invita con amor, nos llama a acogernos bajo sus alas de protección. Pero, al igual que Jerusalén, debemos decidir si respondemos a esa invitación. Él lamenta profundamente cuando no le dejamos actuar en nuestras vidas, cuando seguimos nuestro propio camino y rechazamos su amor.

Conclusión: Un Tiempo para Decidir
Hoy, como en el tiempo de Jesús, nos encontramos ante una decisión crucial. La invitación a la salvación sigue siendo ofrecida a todos. Jesús, al igual que en su lamento por Jerusalén, sigue esperando que lo aceptemos, que le dejemos reunirnos bajo sus alas y que caminemos hacia Él con fe y esperanza.

Que esta Cuaresma sea un tiempo de conversión personal, de reflexión sobre nuestra disposición a seguir a Jesús y aceptar su protección. No importa lo que hayamos vivido o las veces que hayamos rechazado a Dios, Él sigue ofreciéndonos su amor y su salvación. Recibamos su invitación con un corazón abierto, con la certeza de que, como dice el salmo, “el Señor es nuestra luz y nuestra salvación”.

La Certeza de la Salvación: La Gracia de Dios más allá del Mérito

Sermón para el 17mo. domingo después de Pentecostés. 24.09.2023

Enzo Pellini

Mateo 20:1-16

20 »Asimismo, el reino de los cielos se parece a un propietario que salió de madrugada a contratar obreros para su viñedo. 2 Acordó darles la paga de un día de trabajo[a] y los envió a su viñedo. 3 Cerca de las nueve de la mañana,[b] salió y vio a otros que estaban desocupados en la plaza. 4 Les dijo: “Vayan también ustedes a trabajar en mi viñedo y les pagaré lo que sea justo”. 5 Así que fueron. Salió de nuevo a eso del mediodía, y luego a la media tarde e hizo lo mismo. 6 Alrededor de las cinco de la tarde, salió y encontró a otros más que estaban sin trabajo. Les preguntó: “¿Por qué han estado aquí desocupados todo el día?”. 7 “Porque nadie nos ha contratado”, contestaron. Él les dijo: “Vayan también ustedes a trabajar en mi viñedo”.

8 »Al atardecer, el dueño del viñedo ordenó a su capataz: “Llama a los obreros y págales su salario, comenzando por los últimos contratados hasta llegar a los primeros”. 9 Se presentaron los obreros que habían sido contratados cerca de las cinco de la tarde y cada uno recibió la paga de un día. 10 Por eso, cuando llegaron los que fueron contratados primero, esperaban recibir más. Pero cada uno de ellos recibió también la paga de un día. 11 Al recibirla, comenzaron a murmurar contra el propietario. 12 “Estos que fueron los últimos en ser contratados trabajaron una sola hora —dijeron—, y usted los ha tratado como a nosotros que hemos soportado el peso del trabajo y el calor del día”. 13 Pero él contestó a uno de ellos: “Amigo, no estoy cometiendo ninguna injusticia contigo. ¿Acaso no aceptaste trabajar por esa paga? 14 Tómala y vete. Quiero darle al último obrero contratado lo mismo que te di a ti. 15 ¿Es que no tengo derecho a hacer lo que quiera con mi dinero? ¿O te da envidia que yo sea generoso?”.

16 »Así que los últimos serán primeros y los primeros serán últimos».

***

Un joven tuvo una conversación con su amigo, quien era cristiano. El joven quería hablarle sobre la salvación en Cristo y le preguntó si sabía dónde iría después de esta vida. La respuesta de su amigo fue dubitativa. “Juan”, le dijo el amigo en respuesta, “si no sabes si irás al cielo, entonces irás ir al infierno”, así le dijo de manera directa. Este joven seguramente, después de fallecer, deseaba encontrarse con Dios. Sin embargo, siempre pensaba: “No podemos conocer eso. Eso lo determinará el Todopoderoso, si iré con Él o no”. ¿Por qué muchas personas responden de esta manera? Es una pregunta válida que tiene que ver con el mensaje de hoy.

El mensaje de hoy podría no ser del agrado de muchos, especialmente de aquellos que han sido criados en la fe y han creído que el acceso a Dios es una cuestión de méritos y sacrificios. Algo como si tuviéramos que acumular puntos en la vida para aprobar el examen de Dios y, quizás, acceder al cielo. Esta forma de pensar puede agotar a cualquiera, ya que nunca seremos lo suficientemente buenos como para complacer a Dios. La Palabra de Dios misma declara: “No hay quien haga bien… No hay quien haga lo bueno, no hay ni uno solo” (Salmo 53:1-3).

Además, esta perspectiva añade el agravante de la incertidumbre sobre si Dios nos aceptará en el cielo, y esta manera de pensar no está en línea con las enseñanzas bíblicas. Para citar un texto del Nuevo Testamento, Jesús nos asegura: “Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:27-28). Aquellos de nosotros que pertenecemos a su rebaño, es decir, que hemos aceptado creer en Jesucristo como el Hijo del Dios Altísimo y le hemos entregado nuestra vida, debemos tener la certeza de que somos salvos. La lectura de hoy también respalda esta certeza.

Recientemente, escuché a una mujer aparentemente inteligente y competente, una candidata política para las próximas elecciones en Argentina, siendo entrevistada por un periodista en una especie de pregunta y respuesta rápida. El periodista le preguntó: “¿Qué hay después de la muerte?” Y ella respondió: “Dios. La vida eterna”. Luego, el periodista le preguntó: “¿Y tú irás allá?”, a lo que la candidata respondió: “No lo sé, eso lo decidirá Dios”. ¿Has escuchado respuestas como estas? Yo las he escuchado toda mi vida, pero si somos cristianos, esta respuesta es incorrecta. No se trata de ser arrogantes u orgullosos, ni de faltar al respeto a Dios, porque la salvación es un regalo, inmerecido. En la Biblia, Dios nos promete que alcanzaremos la salvación no por nuestros méritos. Nadie puede ganarse el cielo siguiendo la lógica humana del rendimiento y el mérito. No es así. Dios nos promete su salvación a todos los que creen. De hecho, hay un versículo en el que Pablo le dice al carcelero en Filipos: “Cree en el Señor Jesús y serás salvo, tú y tu familia” (Hechos 16:31), lo que confirma la certeza de la salvación.

Entonces, ¿cómo debemos responder si iremos al cielo? Si verdaderamente creemos en Jesucristo como el Hijo de Dios y aceptamos seguirlo, debemos decir: “Sí, iré al cielo”, porque esa es la condición y la promesa.

Cuando empezamos a creer en Dios de esta manera, es decir, de la manera en que Dios quiere que vivamos nuestra fe, y no de acuerdo a los valores de este mundo que no cree en Dios, o que aún no conoce plenamente la Palabra de Dios, entonces comenzamos a vivir una vida espiritualmente rica. Ser cristiano y tener la certeza y seguridad de lo que sucederá después de esta vida, en lugar de conformarnos con hablar en el lenguaje y la sabiduría del mundo que no cree en Dios, nos llena de alegría y felicidad. Cuando realmente comprendemos la esencia de la Palabra de Dios, que, por cierto, es fácil de descubrir y entender, sólo tenemos que comenzar a leerla, nuestras dudas existenciales comienzan a despejarse y vivimos una fe plena, llena de las bendiciones y la alegría que el Espíritu Santo puede dar.

Es muy triste vivir una vida en la que no estamos seguros de lo que sucederá después de nuestra muerte. Es muy triste vivir una vida en la que los estándares de rendimiento y mérito humano rigen nuestro valor en la sociedad. Es muy triste creer que todo lo que logramos en la vida es resultado de nuestro propio trabajo, esfuerzo y habilidad, en lugar de poner a Dios en el primer lugar de nuestras vidas. Las bendiciones de Dios comienzan cuando lo colocamos en primer lugar, no al revés. Cuando ponemos nuestra fe como la condición principal en nuestra relación con Dios, entonces Dios nos concede la salvación. Es posible que cometamos muchos errores y pecados en la vida, pero si vivimos en una relación con Dios, él siempre nos considerará una prioridad, no debido a nuestra perfección, habilidad o rendimiento humano, sino debido a nuestra entrega sincera a él.

Hoy hemos leído una parábola que puede parecer extraña a primera vista. Extraña porque va en contra de lo que la sociedad que no cree en Dios piensa, y contradice la sabiduría popular.

Al atardecer, el dueño del viñedo ordenó a su capataz: “Llama a los obreros y págales su salario, comenzando por los últimos contratados hasta llegar a los primeros”. Los obreros que habían sido contratados cerca de las cinco de la tarde se presentaron y cada uno recibió el salario de un día. Por lo tanto, cuando llegaron los que habían sido contratados primero, esperaban recibir más. Pero cada uno de ellos también recibió el salario de un día. Los obreros que habían trabajado todo el día se indignaron. Su indignación no se debía al trato que habían acordado con el patrón, ya que el patrón había actuado de manera justa al prometerles el salario de un día. Se indignaron porque, según su concepto de mérito y sacrificio, los demás deberían haber recibido menos.

En esta historia, el dueño de la viña representa a Dios. Los obreros que habían estado trabajando durante más tiempo eran los que pertenecían al pueblo de Dios, es decir, el pueblo de Israel, que incluía a los en apariencia más fervientes seguidores de Dios, como los escribas y maestros de la ley. No podían soportar la idea de que la salvación de Dios también pudiera otorgarse a los recién llegados, es decir, a aquellos que comenzaban a creer, e incluso a los extranjeros y paganos que no pertenecían originalmente al pueblo judío. Sin embargo, Dios, al igual que el dueño de la viña, tiene el derecho de hacer lo que quiera con su gracia. Y, debido a su bondad, decidió darles la misma recompensa a todos. Esto causó envidia no sólo entre los obreros de la parábola, sino también entre los maestros de la ley judíos.

Dios nos está ofreciendo la salvación como un regalo, aunque, como algunos teólogos han señalado, este regalo, si bien gratuito, no es barato. Requiere aprecio por nuestra parte. La condición es creer en Jesucristo como el Hijo de Dios y aceptarlo como el Señor de nuestras vidas. Cuando decimos “Señor”, estamos reconociendo su autoridad sobre nuestras vidas, y queremos seguirlo y obedecerlo desde lo más profundo de nuestro corazón. Lo obedeceremos mejor o peor, eso lo evaluará Dios. Pero ninguno de nosotros es perfecto. Algunos podrían ser mejores que otros, algunos podrían haber trabajado más para Dios que otros, pero Dios, porque es bueno, no se enfoca en nuestro desempeño o mérito según los estándares del mundo. Sus parámetros se basan en Su amor y en el amor que le mostramos. Expresamos ese amor a través de nuestra fe, nuestra entrega sincera a Dios y nuestro amor por su Iglesia y sus mandamientos. Que Dios nos conceda hoy la certeza de la salvación que proviene sólo a través de nuestra fe en él. Que Dios nos permita abrir los ojos y comprender que si realmente queremos triunfar y prosperar en esta vida, nuestra meta debe ser ponerlo a él en primer lugar en nuestras vidas terrenales. Amén

El Poder del Perdón: Liberación y Sanidad

Sermon para el 16to. Domingo después de Pentecostes- 17/09/2023
Rev. Enzo Pellini
Mateo 18:21-35

21 Pedro se acercó a Jesús y preguntó:

—Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces?

22 —No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete —contestó Jesús—

23 »Por eso el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. 24 Al comenzar a hacerlo, se presentó uno que le debía diez mil monedas de oro. 25 Como él no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su esposa y a sus hijos y todo lo que tenía, para así saldar la deuda. 26 El siervo se postró delante de él. “Tenga paciencia conmigo —rogó—, y se lo pagaré todo”. 27 El señor se compadeció de su siervo, perdonó su deuda y lo dejó en libertad.

28 »Al salir, aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien monedas de plata. Lo agarró por el cuello y comenzó a estrangularlo. “¡Págame lo que me debes!”, exigió. 29 Su compañero se postró delante de él. “Ten paciencia conmigo —rogó—, y te lo pagaré”. 30 Pero él se negó. Más bien fue y lo hizo meter en la cárcel hasta que pagara la deuda. 31 Cuando los demás siervos vieron lo ocurrido, se entristecieron mucho y fueron a contarle a su señor todo lo que había sucedido. 32 Entonces el señor mandó llamar al siervo. “¡Siervo malvado! —le dijo—, te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. 33 ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?”. 34 Y enojado, su señor lo entregó a los carceleros para que lo torturaran hasta que pagara todo lo que debía.

35 »Así también mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a su hermano».


La esencia del texto de hoy se centra en la importancia del perdón y la misericordia en la vida de los seguidores de Jesús. El pasaje nos enseña que debemos perdonar de manera incondicional y generosa, sin establecer límites rígidos en la cantidad de veces que debemos perdonar a quienes nos han herido. En lugar de eso, se nos insta a perdonar repetidamente, sin importar cuántas veces se nos ofenda.

La parábola en este pasaje ilustra la idea de que, dado que hemos recibido el perdón y la misericordia de Dios, debemos reflejar esa gracia en nuestras relaciones con los demás. El siervo perdonado por una deuda inmensa pero que luego se niega a perdonar a otro siervo por una deuda mucho menor destaca la importancia de perdonar de corazón y no retener el resentimiento.

Hoy, Jesús nos habla de que el perdón es un principio fundamental en la fe y una parte esencial de vivir una vida de amor, compasión y reconciliación con los demás. Jesús nos llama a perdonar como hemos sido perdonados y a liberarnos del peso del resentimiento para encontrar la paz interior y mantener relaciones saludables. Además, se nos advierte sobre las graves consecuencias de no perdonar, tanto en nuestras relaciones humanas como en nuestra relación con Dios.

El mensaje de hoy, relacionado con el mensaje del domingo pasado en el que se nos decía que debíamos solucionar los conflictos dentro de la comunidad cristiana, tiene que ver con un paso más: la solución de raíz de todo conflicto que tiene lugar con el acto del perdón. Este tema tiene dos facetas: en primer lugar, debemos perdonar porque Dios lo pide. Así como Dios fue misericordioso con nosotros al perdonar nuestro pecado original, es decir, nuestro distanciamiento de Él y nuestro acercamiento a comenzar a ser Sus seguidores a través del bautismo, y al aceptarnos en Su redil como hijos de Dios, así también debemos tener la misma disposición permanente para perdonar a nuestros prójimos. Y en segundo lugar, tenemos que perdonar porque nos conviene, nos hace bien, nos mejora, nos mantiene sanos. La falta de perdón no sólo nos trae desequilibrio espiritual y dificultades mentales, sino que también nos enferma físicamente.

Es difícil pedir perdón, humillarse y admitir que nos hemos equivocado, sin duda. Una de las encrucijadas más grandes que debemos enfrentar en nuestra vida es optar entre pedir perdón o seguir aferrados a nuestro orgullo. ¿Por qué nos resulta difícil perdonar? Esto podemos explicarlo, como trabas que nos impiden perdonar:

Heridas emocionales intensas: Cuando alguien nos ha herido gravemente, ya sea emocional, física o psicológicamente, es natural sentir una profunda aflicción y resentimiento. El proceso de sanar estas heridas puede ser largo y complicado, lo que dificulta el perdón.

Orgullo y ego: Nuestro orgullo y ego pueden interferir con la capacidad de perdonar. A veces, podemos pensar que perdonar nos hace parecer débiles o nos hace sentir como si estuviéramos perdiendo el control de la situación. Esto puede dificultar el proceso de perdonar a alguien.

No poder entender los sentimientos de la otra persona, es decir no tener empatía: A veces, es difícil perdonar cuando no podemos entender por qué la otra persona actuó de esa manera o cómo se sintió en ese momento. Esto puede hacer que nos cueste perdonar.

Miedo a ser heridos nuevamente: Si hemos sido heridos en el pasado por la misma persona o tipo de situación, podemos tener miedo de perdonar y abrirnos a la posibilidad de ser heridos nuevamente. Esto puede llevar a la resistencia al perdón.

Querer que la persona que hizo daño reciba un castigo: A veces, queremos que la persona que nos lastimó sea castigada por lo que hizo en lugar de perdonar. Creemos que es importante que enfrenten las consecuencias de sus acciones.

Cultura de la venganza: Esto es algo que debemos mencionar hoy. Muchas veces he observado que, incluso dentro de las comunidades cristianas, permitimos que se filtren distintos tipos de ideologías o falsas teologías, así como la sabiduría popular o la manera de ser del mundo que, muchas veces, nada tiene que ver con el Evangelio. En este caso, es posible que hayan escuchado la triste frase: “Yo perdono pero no olvido”, por ejemplo o “yo perdono sólo una vez”, etc., que son clichés y frases hechas que se repiten de boca en boca y parecen ser frases de moda. En nuestra cultura (mundana) y en muchos contextos sociales, la venganza se considera una respuesta más aceptable que el perdón. Esto puede influir en nuestra disposición a perdonar, ya que podemos sentir presiones externas para buscar represalias en lugar de perdonar. Y esa filosofía popular no tiene nada que ver con el evangelio. Hoy, Jesús nos dice que debemos perdonar hasta 490 veces, por ejemplo, queriendo decir siempre.

No saber cómo lidiar con los sentimientos: Algunas personas pueden no saber muy bien qué hacer con los sentimientos de enojo, furia y dolor que experimentan. En lugar de enfrentarlos y resolverlos, pueden encontrar más fácil quedarse enojadas en lugar de perdonar.

Circunstancias complicadas: A veces, no está claro a quién o qué debemos perdonar. En ocasiones, puede ser confuso saber a quién o qué debemos perdonar, especialmente cuando varias personas o situaciones están involucradas. O cuando las personas que nos han hecho daño ya no están o han fallecido. Esto puede hacer que el proceso de perdón sea complicado.

No obstante, Jesús nos dice hoy que debemos hacer el esfuerzo de perdonar. Aún a las personas de nuestro pasado , ya fallecidas, por ejemplo. El perdón no es un acto de los sentimientos, sino un acto de la voluntad. Es decir, podemos decidir perdonar, no esperar a sentirnos capaces sentimentalmente de perdonar. Es difícil, sí, claro que es difícil, pero es más fácil cuando lo manejamos de esa manera, como una decisión de la voluntad y no de los sentimientos, y además como una forma de obediencia a Dios. ¿Qué pasa con las personas perdonadas? ¿Aceptarán nuestro perdón, valorarán nuestro perdón?, eso quedará en ellos. Si ellos no aceptan el perdón, tendrán que dar cuentas delante de Dios, de la misma manera que sucedió con el siervo despiadado de la parábola de Jesús.
En el caso de las personas que ya no están también podemos liberarnos y perdonar: podemos decir por ejemplo en voz alta y simplemente: Te perdono, he decidido perdonarte, porque Jesús me lo pide.

Cuando reunimos todas nuestras fuerzas posibles y volvemos sobre nuestras palabras y expresamos lo contrario al orgullo: “Perdón, me equivoqué”. De más está decir que todo cambia a partir de ese momento, pues una vez que decimos esa palabra “mágica”, toda barrera cae por tierra y reconstituimos nuestras relaciones.

Muchas veces no logramos disfrutar de nuestra vida porque tenemos cuentas pendientes con los demás. Y no me refiero al aspecto económico, sino al ámbito de nuestras emociones. Es más, muchos profesionales de la salud aseguran que gran parte de las enfermedades modernas surgen como fruto de cuestiones no resueltas con otras personas. En otras palabras, la falta de humildad para dar el paso de valentía y pedir perdón (o también aceptar el perdón cuando vienen a pedirnos el perdón por cosas que nos hicieron) puede llegar a producir enfermedades psicosomáticas (algo que comienza en el alma y muy pronto afecta a distintas partes de nuestro cuerpo). Muchos profesionales y sanadores afirman que, por muy horrible que parezca la situación, si estamos dispuestos a liberar y perdonar, podemos curar prácticamente cualquier cosa. Y en la iglesia sabemos que cuando hay perdón allí se manifiesta el Espíritu Santo de Dios en la comunidad, pues la falta de perdón contrista al Espíritu de Dios. (Ef 4:30-32)

Es cierto. Muchas de nuestras consultas a los psicólogos, nuestras charlas frente a una persona religiosa y nuestras inversiones en libros de autoayuda tienen su origen en la búsqueda de elementos que nos den valor y sentido cuando otros nos han maltratado. Es decir, buscamos cómo reafirmarnos e incluso deseamos librarnos de las cargas para poder perdonar.

¿Pero saben algo? A lo largo de nuestras vidas, existen diversas ocasiones en las que nosotros somos los equivocados y tenemos que pedir perdón.

El rey David escribió: “Mientras guardé silencio, mis huesos se fueron consumiendo por mi gemir de todo el día. Pero te confesé mi pecado y no te oculté mi maldad. Me dije: ‘Voy a confesar mis transgresiones al Señor’. Y tú perdonaste la culpa de mi pecado” (Salmo 32:3,5).

Es una buena sugerencia práctica para esta nueva semana. Los animo a pedir perdón a quienes hayan ofendido, si es el caso, o a aceptar el perdón de los que les hayan pedido perdón. Hagan esa llamada, escriban ese correo electrónico, encuéntrense con esas personas por ese motivo y hasta oren con las palabras del salmo. Pero lo más importante para poder vivir una vida en bendición, es decir, en sanidad espiritual, mental y física, liberémonos hoy mismo de toda carga emocional, diciendo: “Perdón, me equivoqué” o, “Sí, acepto tu perdón”.
Amen.

Dar y ayudar generan sentido y plenitud de vida

Rev. Enzo Pellini
Lucas 10:25-37

25 En esto se presentó un experto en la ley y, para poner a prueba a Jesús, le hizo esta pregunta:

—Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?

26 Jesús replicó:

—¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo la interpretas tú?

27 Como respuesta el hombre citó:

—“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”, y: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

28 —Bien contestado —le dijo Jesús—. Haz eso y vivirás.

29 Pero él quería justificarse, así que le preguntó a Jesús:

—¿Y quién es mi prójimo?

30 Jesús respondió:

—Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. 31 Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote quien, al verlo, se desvió y siguió de largo. 32 Así también llegó a aquel lugar un levita y, al verlo, se desvió y siguió de largo. 33 Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él. 34 Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. 35 Al día siguiente, sacó dos monedas de plata[c] y se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva”. 36 ¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?

37 —El que se compadeció de él —contestó el experto en la ley.

—Anda entonces y haz tú lo mismo —concluyó Jesús.


Es interesante ver que hay mucha gente que cuando hay personas pasando por un tiempo de necesidad, tratan de escurrirse o esquivarlo en tanto sea posible de asistir a los demás. A veces no nos gusta involucrarnos por miedo, por el hecho de salir de nuestra zona de confort o por un gran individualismo. He notado que en países donde hay más carencia material a la vez hay más gente que da y ayuda más, o es más solidaria entre sí. No sé cuáles son las razones, pero seguramente la falta de solidaridad nunca trae bendición a la gente. Hoy Jesús nos ordena a ser solidarios, esto es ayudar al otro en necesidad, por supuesto con los recursos que sí tenemos, no con cosas imposibles de hacer. Esto es además el fruto, la esencia o la prueba de toda vida cristiana vivida como Dios manda.

Lo que sí es cierto es que cuando salimos de nuestra zona de confort para ayudar a otros e incumbirnos con las necesidades de los otros comenzamos a ver que hay una vida diferente, quizás diferente a la nuestra, que la vida no es sólo nosotros sino también los demás. Comenzamos a descubrir las bendiciones de Dios en nuestra vida, le encontramos el sentido y el propósito a la vida y comenzamos a sentirnos mejor y más felices. Esto es sin duda pues el Espíritu Santo comienza a obrar por ser obedientes a Dios.

En el día de hoy nos topamos con un versículo clave del nuevo testamento. Es el llamado mandamiento más importante que Jesús nos deja:
—“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”, y: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
En sermones pasados hemos hablado de la importancia de obtener la salvación por medio de la fe, es decir de la entrega a Dios. En este día la parábola del buen samaritano hace hincapié en no olvidarnos de la segunda parte de este mandamiento que es el amor al prójimo.
Muchos interpretan que la primera parte de este mandamiento, es decir el amar a Dios tiene lugar cuando amamos a nuestro prójimo, sí es verdad, pero no hay que olvidar qué significa amar a Dios: Amamos a Dios cuando hemos decidido creer en él. Amamos a Dios cuando hemos decidido creer en su Hijo Jesucristo como enviado al mundo para salvarnos de nuestro pecado, es decir nuestro redentor. Amamos a Dios cuando ponemos en primer lugar nuestra adoración a Dios al asistir a la iglesia una vez a la semana en compañía de otros que también creen y confiesan a Dios. Allí le alabamos, le adoramos, escuchamos su palabra, confesamos nuestros pecados en comunidad y somos bendecidos por su cuerpo y sangre. Esto es amar a Dios, en primer lugar.
Y amar al prójimo, el tema de este domingo, es más fácil de entender. La parábola del buen samaritano también es fácil de entender no hacen falta muchas explicaciones.
La palabra prójimo como dijimos significa cualquier persona que se encuentra a nuestro lado en cualquier momento del día.

El otro día estaba cambiando el cartel de la iglesia. Quería terminar rápido para hacer otras cosas. Y de repente veo a un hombre en bicicleta que se acerca a preguntarme cosas. En un primer lugar sentí que interrumpía lo que estaba haciendo. Después me di cuenta que esta persona necesitaba hablar conmigo. Allí pensé, esta persona es mi prójimo ahora. Me comenzó a contar muchas cosas sobre su vida de fe y su relación con la iglesia. Y al final me pareció una conversación significativa. Y creo que de eso se trata cuando Dios nos pide dar para nuestro prójimo, muchas veces ese dar también incluye nuestro tiempo para los demás, como el tiempo que dispuso el buen samaritano.

Amar a nuestro prójimo a partir de la lectura para hoy es dar, ayudar materialmente. Y ayudar materialmente a aquellos con los cuales siquiera podamos tener una relación, parentesco o afinidad en algún sentido. Es por eso que los cristianos somos llamados a dar a los necesitados, con generosidad como lo hizo el samaritano.

Recuerdo una vez que yo iba a visitar a una familia en un pequeño pueblo que tenían un negocio. De vez en cuando entraba al negocio algún indigente y pedía. Sucedió varias veces durante mis visitas. Y la señora siempre respondía: ‘no, hoy no tengo’. Luego se volvía hacía mí y como queriendo justificarse decía: ‘¡Todos los días viene alguien a pedir, no se le puede dar a todo el mundo!’ Por su puesto yo no era nadie para juzgar. Esas cosas son cosas personales que sólo deben ser analizadas con un corazón sabio en la persona misma. Aunque a veces hay personas que siguen afirmando esto: ‘no se le puede dar a todo el mundo y con esa justificación nunca dan a nadie’. A veces como cristianos este es un tema que nos preocupa. ¿Cómo hacer para dar? Hay muchas iglesias, instituciones y obras de caridad de todo tipo de orígenes. Muchas veces vemos por televisión avisos conmovedores que rompen nuestro corazón con imágenes de personas necesitadas para movernos a dar. Y muchas veces es verdad. Y también es verdad que hay personas que dan mucho dinero para estos fines. Recuerdo que también había un miembro de nuestra iglesia que tenía un diploma colgado en su living pues había dado muchísimo dinero para estas obras. Y en el diploma decía: “Fulano, tú te has ganado un trono dorado en el cielo por tus donaciones” Ese era el certificado de una de estas instituciones. Pero yo como pastor, sabía que esta persona no era un gran dador para su propia iglesia. Entonces allí había una incoherencia. Lo que damos para los demás y para la iglesia siempre debe ser pactado con nuestra conciencia y con Dios. Pero también debemos ser sabios y no olvidar la iglesia a la que pertenecemos.

Hay muchas personas honestas y de gran corazón que se sienten mal pues quisieran ayudar a muchos, pero saben que es imposible y se sienten sinceramente mal, y se preguntan ¿cómo hacer? A este respecto he leído un pensamiento de la madre Teresa de Calcuta que coincide con el mandamiento más importante: “Nunca te preocupes por números. Ayuda a una persona a la vez. Y siempre comienza con la persona que está más cerca de ti.”

¿He tomado mi decisión de no sólo amar a mi prójimo, sino también de ayudarlo? El buen samaritano lo hizo. ¿Me ocupé de mi prójimo, cuando la única ayuda era yo, y no había nadie alrededor o no había nadie que me mirara y reconociera lo que yo estaba haciendo? El buen samaritano lo hizo. ¿Ayudé en verdad cuando no tenía tiempo, porque estaba ocupado con otras cosas? El buen samaritano lo hizo. ¿He amado a mi prójimo, cuando esto significaba cansancio, dificultad, suciedad o hasta asquerosidad y significaba un esfuerzo de superación? El buen samaritano lo hizo. ¿Agarré coraje, cuando la cosa se tornaba peligrosa y riesgosa, o me fui corriendo a ponerme a salvo? El buen samaritano corrió riesgos. Riesgo de que los ladrones hubiesen estado escondidos acechando a otras posibles víctimas. ¿He ayudado cuando eso me costaba quizás un par de cientos de dólares o más? El buen samaritano lo hizo. ¿Me jugué por mi prójimo, cuando eso significaba comprometerme a futuro? ¿Así como el buen samaritano, le prometió al posadero que, le avise de los otros costos que tuviera?

Vemos estimados hermanos y hermanas que, el auténtico amor al prójimo es mucho más que, ser un poco amables y simpáticos y preguntar cómo estás. ¿Amé a mi prójimo en verdad, hice lo que debía hacer todo aquel que, quiere alcanzar la vida eterna? ¿Qué pasaría, si no fuera así? ¿Si siempre me hubiese rehusado a hacerlo? ¿Si mi amor al prójimo fuera tacaño y pequeño en comparación al del samaritano?
Que Dios nos conceda la sabiduría para dar, pero también la bendición que viene por consecuencia. Amen

Un seguimiento radical que ama a todos

Sermón para el 3er domingo de Pentecostés
Rev. Enzo Pellini

Lucas 9:51-62 (NVI)

51 Como se acercaba el tiempo de que fuera llevado al cielo, Jesús se hizo el firme propósito de ir a Jerusalén. 52 Envió por delante mensajeros, que entraron en un pueblo samaritano para prepararle alojamiento; 53 pero allí la gente no quiso recibirlo porque se dirigía a Jerusalén. 54 Cuando los discípulos Jacobo y Juan vieron esto, le preguntaron:
—Señor, ¿quieres que hagamos caer fuego del cielo para[a] que los destruya?
55 Pero Jesús se volvió a ellos y los reprendió. 56 Luego siguieron la jornada a otra aldea.
Lo que cuesta seguir a Jesús
57 Iban por el camino cuando alguien le dijo:
—Te seguiré a dondequiera que vayas.
58 —Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos —le respondió Jesús—, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza.
59 A otro le dijo:
—Sígueme.
—Señor —le contestó—, primero déjame ir a enterrar a mi padre.

60 —Deja que los muertos entierren a sus propios muertos, pero tú ve y proclama el reino de Dios —le replicó Jesús.

61 Otro afirmó:

—Te seguiré, Señor; pero primero déjame despedirme de mi familia.

62 Jesús le respondió:

—Nadie que mire atrás después de poner la mano en el arado es apto para el reino de Dios.


Seguir a Jesús es el tema para hoy. Y tengo dos preguntas, 1) ¿Cómo se hace para seguir a Jesús, y 2) ¿Cómo sé que estoy efectivamente siguiendo a Jesús? Esperamos poder responder estas dos preguntas al final de este mensaje.

Recuerdo que cuando estudiaba teología en la universidad, había una materia que se llamaba homilética que significa predicación. Una vez uno de los profesores nos dijo que cuando uno predica no hay que dar recetas. Se refería que no teníamos que decirle a nuestra audiencia cuáles son las cosas que debemos de hacer en nuestra vida cristiana. Durante mucho tiempo esto no me gustó, pues pensaba: qué mejor que quien predique pueda guiar a la congregación a partir de la vida con sugerencias prácticas. Aparentemente la idea de este profesor era que debíamos interpretar el texto sucintamente y dejar que cada persona pudiera sacar sus propias conclusiones sobre su aplicación práctica. En cierto sentido me parecía bien, pero también me parecía que para eso cualquiera podría hallar un comentario bíblico y encontrar una explicación acerca de la lectura de la Biblia. Con el tiempo tuve muchos otros profesores en esta misma materia y uno de ellos dijo: ‘Cuando prediques no comentes el texto, sólo predica’. Y predicar significa dar una explicación sencilla y a la vez práctica de lo que significa el texto del domingo para mi vida aquí y ahora. Y eso sí es muy práctico.

¿Qué significa el texto para hoy, para mi vida aquí y ahora?

Dos palabras importantes se desprenden de aquí:
1) Jesús les pide a sus discípulos un seguimiento radical, es decir un seguimiento completo. Y es muy probable que se lo esté pidiendo a cada uno de nosotros también. Queremos ser discípulos de Jesús. Ser discípulos de Jesús y seguirle es una y la misma cosa. Quizás no tengamos las aptitudes para predicar o trabajar directamente en una iglesia, pero sí es seguro que tengas muchos otros talentos más que puedes usar para Dios, y en tu vida de todos los días reflejar tu ser cristiano, aunque tu trabajo no tenga nada que ver con la iglesia. ¿Cuál es la manera de darnos cuenta cómo seguir a Jesús? Que cada cosa que hagamos en nuestras actividades o en nuestro diario vivir todo lo podamos hacer para la gloria de Dios, hacerlo de la mejor manera como una ofrenda a Él y ser agradecidos a Dios por todo lo que somos capaces de hacer. Y que cada cosa que hagamos, lo hagamos en nombre de Jesucristo. No importa que seas un jubilado, o no importa la profesión que tengas pero que cada cosa que emprendas lo hagas en su nombre. Mi oración a la mañana es siempre, ‘Señor, sé que no soy un cristiano ejemplar, pero todo lo que haga en este día quiero hacerlo en tu nombre y para tu gloria. Sostenme y ayúdame en este día para poder agradarte y poder sentirme bien’. Cuando hago esta oración recién puedo saltar de la cama con confianza.
La segunda palabra importante para el día de hoy es
2) Seguirlo a Jesús no importando si los demás lo siguen a Jesús o no, incluso si están rechazando a Jesús totalmente o incluso burlándose de mi vida de fe. Y en ese sentido Jesús nos pide amar a los demás. “—Señor, ¿quieres que hagamos caer fuego del cielo para que los destruya? Pero Jesús se volvió a ellos y los reprendió”. Jesús les muestra a sus discípulos que no debemos gastar energías en perseguir, atacar, o criticar a gente que no quiere seguirlo.
Una vez un pastor en me dijo a este respecto: “Yo no corro detrás de la gente que no quiere saber nada con la iglesia; más bien empleo mi energía en aquellos que tienen interés por la palabra de Dios y la iglesia”. Al principio me sonaron duras estas palabras, pero con el tiempo descubrí su intención. En eso también radica el amor al prójimo. En poder vivir amando a un mundo alejado de la palabra de Dios e incluso pecador, es decir que rechaza la vida a partir de la palabra de Dios, pero poder aún así amar a nuestro prójimo y aceptarlos, así como son. Pero si alguna vez alguien nos pregunta, por qué crees lo que crees, o porque te comportas de la manera que lo haces, poder decirle con valentía: ‘Lo hago porque creo en Dios y en su palabra que es una guía para mi vida’. Cosecharemos más personas al ver como vivimos nuestra vida de fe que, insistiéndoles que deben cambiar su manera de vivir.

Jesús pide de sus discípulos un seguimiento radical, lo mismo nos pide a cada uno de nosotros. También nos dice que seguirlo, aún hoy en día en nuestra sociedad puede no ser fácil: —“Te seguiré a dondequiera que vayas.
58 —Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos —le respondió Jesús—, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza”. Jesús está queriendo decir que en la vida cristiana—y esto no va solo para los misioneros o predicadores sino para la vida de cualquier cristiano, las cosas no puedan resultar tan cómodas. Pero a la larga la recompensa será grandiosa y esta recompensa comienza ya aquí en esta tierra. Jesús quiere decir que seguirlo a él no debe ser sólo de la boca para afuera, sino que implique un compromiso total.

Seguirlo a Jesús implica tener amor por su palabra la Biblia, no amor al libro en sí mismo, sino a lo que contiene que es la palabra de Dios, y es una alternativa de valores a veces opuestos a la sociedad, y el querer comprometerse con estos valores.
Seguirlo a Jesús implica que vamos a tener necesidad por la oración, vamos a tener necesidad de hablar con Dios en todo momento. La persona que aún no tenga esa necesidad necesitará encontrarla en una relación con Dios.
Seguirlo a Cristo implica tener la disposición de dar testimonio. Y como dije para esto no necesitamos ser predicadores sino comportarnos con un tipo de integridad de valores distintos delante a la de los no creyentes. Si aún no tenemos este tipo de inclinación lo podemos también encontrar.
Seguirlo a Jesús implica que pondremos a la iglesia, es decir la necesidad de reunirnos con otros para compartir la palabra y el sacramento en comunión, como una necesidad semanal. Si esto aún no lo tenemos o comprendemos también somos invitados a descubrirlo.
¿Por qué seguirlo a Jesús implica todas estas cosas?, pues Cristo es la única fuente de vida válida y poderosa para nuestras vidas. Y esa es la única manera en que podemos ser nutridos del Espíritu Santo para poder vivir nuestras propias vidas.

El transitar con Jesús es la única fuente vital para nuestra vida. Esta vida tampoco puede quedar oculta. Otras personas deben percibir lo que tenemos.
Una persona que se haya vuelto a Jesús, lo demuestra en su vida por medio del amor, que se mostrará por su conducta hacia Dios y hacia la gente, incluso hacia la gente que rechaza a Dios y a su Palabra.

Ahora que hemos podido contestar a la pregunta de si estamos siguiendo a Jesús, ¿Estamos seguros de que lo estamos siguiendo a él? Y si no es así, le podemos decir: ‘Señor, no sé exactamente cómo hacer para seguirte y comprometerme de la manera que a ti te agradaría, pero es mi deseo hacerlo, dame la fuerza para llevarlo a la práctica y en ese proceso ayúdame a mantenerme humilde delante de los demás que aún no te siguen y poder amarlos como a ti te gustaría’.
Amén.

Desde el cielo Cristo llama

Sermón Juan 21:15-19

“Cuando terminaron de desayunar, Jesús le preguntó a Pedro:
—Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
Él le respondió:
—Sí, Señor. Tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo:
—Entonces cuida de mis seguidores, pues son como corderos.
16 Jesús volvió a preguntarle:
—Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Pedro le contestó:
—Sí, Señor. Tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo:
—Entonces cuida de mis seguidores, pues son como ovejas.
17 Por tercera vez le dijo:
—Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
Pedro se puso muy triste de que tres veces le había preguntado si lo quería. Entonces le contestó:
—Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo:
—Cuida de mis ovejas. 18 Cuando eras joven, te vestías e ibas a donde querías. Pero te aseguro que, cuando seas viejo, extenderás los brazos y otra persona te vestirá, y te llevará a donde no quieras ir.
19 Jesús se refería a cómo iba a morir Pedro, y cómo de esa manera iba a honrar a Dios.
Después le dijo a Pedro:
—Sígueme”.

Jn 21:15-19

Jesús está llamando a Pedro. Uno de los apóstoles principales. Uno de los apóstoles más destacados, por lo menos es lo que sabemos de él a partir de la Biblia e inclusive también por muchas referencias externas a la Biblia. El llamado de Pedro llegó a ser tan destacado que, a partir de su figura, se llegó a institucionalizar en la iglesia la figura de los sucesores de Pedro. Esta figura que, nosotros luteranos no compartimos pues creemos que, Jesús sólo llamó a Pedro y no para institucionalizar su sucesión. Sabemos que, todos los que somos llamados por Dios a pastorear, seguimos siendo ovejas ante los ojos de Jesucristo. En todo caso, podríamos ser llamados “guías de rebaño”, como aquellas ovejas a las que se les coloca un cencerro para que guíen a las demás, pero no pastores. El único pastor es Jesucristo. De todas maneras, lo más importante aquí es la particularidad de este llamado a la persona de Pedro uno de sus apóstoles principales.

Las personas que llegan al ministerio pastoral lo hacen en primer lugar porque sienten que son llamadas por Dios para esto. Esto es algo que, no muchas veces se puede explicar lógicamente. Un llamado es algo que, tiene que ver con la parte espiritual de la persona. Es imposible de comparar una vocación profesional con el llamado de Dios. Son dos cosas distintas, aunque algunos quieran compararlo. La vocación más que nada es una inclinación a querer realizarse y trabajar en determinadas áreas laborales o artísticas. Es decir, tener el deseo de dedicarse a ciertas áreas de interés, donde por lo general poseemos cualidades innatas para esa actividad. El llamado de Dios, no obstante, puede implicar dos cosas: la vocación mencionada, pero en primer lugar la necesidad imperiosa de realizar una actividad para el servicio de Dios que, esté íntimamente ligada a una vida de oración y de relacionamiento estrecho con Dios. Un llamado como la palabra lo dice, es la seguridad de sentir en el espíritu que Dios nos ha llamado o nos está llamando para cierta actividad. La persona que es llamada lo recibe a través de su vida de oración. Es imposible decir que, una persona sea llamada a por ejemplo ser pastor, si no tiene una relación con Dios y menos una conexión espiritual con Dios. No se debe confundir entre vocación que, cualquiera la puede tener, incluso los no cristianos, con llamado de Dios para una tarea en la iglesia.
Hay un dicho muy acertado que dice: “Dios no llama a personas capacitadas, él a los que llama capacita”.
Y sobre esto quisiera detenerme un momento a reflexionar. En la iglesia muchas veces pensamos que sólo nos tenemos que manejar con los parámetros del mundo. Es verdad, estamos viviendo en el mundo y somos seres humanos y de seguro que así nos manejaremos. Pero en la iglesia debemos tener cuidado de no poner en primer lugar los parámetros del mundo. En este caso, queremos decir que, para toda actividad que queramos emprender en la iglesia, debemos en primer lugar tener en cuenta a Dios y a su palabra. Cada vez que queremos iniciar una tarea de servicio en la iglesia, debemos dejar lugar para que, el Espíritu Santo pueda intervenir en la institución y en la vida de las personas. Cada vez que queremos elegir por ejemplo una persona para un cargo determinado, lo primero que tenemos que, hacer no es como hace el mundo ver por las capacidades que la persona tenga, sino que:


1) Tenemos que orar, para invocar a Dios para que, nos guíe a elegir la persona idónea, según Él.
2) Tenemos que, elegir dentro de las personas que, lleven una vida cristiana ejemplar conforme a lo que Dios pide y que sean personas con frutos y testimonio de Dios en sus propias vidas.
3) Tenemos, luego sí que, considerar las aptitudes y capacidades, pero que éstas no sean necesariamente excluyentes, sino más bien las anteriores condiciones.
4) Tenemos que saber que, si hemos obrado según los primeros dos puntos de más arriba, la persona que sea designada para la labor contará con el apoyo y la bendición de Dios, por tanto, Dios la capacitará en primer lugar en lo espiritual y porque no también luego en las otras áreas.

Se han cometido errores garrafales y perjudiciales en la vida de la iglesia, cuando no nos hemos regido por estos parámetros cristianos para designar personas para la misión de la iglesia. Recordemos que, para el trabajo en la iglesia lo que primero necesitamos son personas cristianas, convertidas, comprometidas con Dios y con Su iglesia y después sí nos fijaremos en las capacidades humanas. Quisiera aclarar que, no queremos soslayar la cuestión de la formación y la cultura en las personas para el trabajo en la iglesia. Eso sería un grave error también. Pero un grave error sería también escoger personas para tareas importantes y de liderazgo en la iglesia, si no son personas obedientes a Dios. En la iglesia se aceptan a todas las personas incluso las no cristianas. Pero eso no significa que, todos sean iguales a la hora de asumir cargos de responsabilidad y de conducción. No tenemos que perder de vista esa dimensión.

Cuando los primeros apóstoles comienzan a organizar la iglesia, se encuentran ante la decisión de tener que elegir personas de responsabilidad para la dirección de la misma. Tenemos el caso del sucesor de Esteban diácono y mártir. Así procedía la iglesia primitiva: “Así que propusieron a dos: a José, llamado Barsabás, apodado el Justo, y a Matías. Y oraron así: «Señor, tú que conoces el corazón de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido para que se haga cargo del servicio apostólico que Judas dejó para irse al lugar que le correspondía.» Luego echaron suertes y la elección recayó en Matías; así que él fue reconocido junto con los once apóstoles”. (Hch 1:23ss). Esa era la forma en la que se manejaba la iglesia primitiva: elegir de entre las personas llenas del Espíritu, orar y utilizar un sistema de elección que, deje más que nada lugar al Espíritu de Dios y no al criterio humano. Cuánta bendición y progreso espiritual podríamos lograr en nuestras iglesias si hoy nos manejaríamos así. Es posible hacerlo claro que sí, pero para ello tenemos que llevar una vida de oración real y auténtica para que el Espíritu de Dios, quien es nuestra autoridad suprema pueda moverse oportunamente en la iglesia. La oración a Dios es muy importante. De seguro que muchos de nosotros oramos, pero también tenemos que poner nuestra confianza en Dios cuando procedemos como obraron los primeros cristianos. De esta forma, eliminamos el lamentable factor humano que, puede motivar a la corrupción, o a los favoritismos por ejemplo.

Un llamado es muy importante. El llamado de Pedro fue muy importante, pues fue Jesús mismo como Dios hecho hombre quien llamó con sus propias palabras a Pedro y lo hizo según este evangelio tres veces. ¿Por qué tres veces? Por dos razones muy claras. La primera de ellas fue para que Pedro fuera consciente de que él le había negado a Jesús tres veces, durante aquella noche antes de su muerte. Jesús le había dicho que, antes que cante el gallo le negaría tres veces. Entonces Jesús, no para avergonzarlo, pero, sí lo hace para que Pedro pueda darse cuenta que, él lo había negado y que Jesús quería que Pedro revierta totalmente aquello que había dicho. Y en segundo lugar para mostrarle a Pedro y mostrarnos a nosotros también hoy que, Jesús perdona. Jesús limpia totalmente. Jesús olvida y quiere darnos siempre una nueva oportunidad. Pedro para muchos fue y sigue siendo un héroe de la fe, sin embargo, él también pecó, negó y traicionó a Cristo. No obstante Jesús le perdonó y le hizo repetir tres veces y en voz alta que, le seguiría para borrar definitivamente aquellas tres negaciones.

Jesús nos invita y nos llama a todos y todos los días para trabajar para él en su iglesia. Tú puedes decir quizás: ‘Yo no tengo las aptitudes intelectuales para hacerlo’. Pero si de veras tienes un llamado de Dios, no te niegues pues él esté esperando de ti y él va a suplir lo que te falta. Quizás en verdad haya muchos que, en el plano físico no puedan. En todo caso como siempre en la iglesia decimos, hay una actividad que sí se puede hacer. Y esa es la oración. “La oración no reemplaza la acción, pero la oración es una acción que no puede ser reemplazada por ninguna otra cosa” Necesitamos imperiosamente personas con el llamado a la oración, pues la oración si puede modificar muchas cosas que, inclusive no puedan ser modificadas por ninguna acción.

Hoy también Jesús nos está llamando. Quizás tú hayas pecado también delante de Dios. Él sin embargo te perdona. Él te quiere restituir. Él te ofrece seguirlo. No tengas miedo si no tienes la capacidad como la que el mundo exige. Pero si de veras, tienes una relación auténtica con Dios y recibes un llamado de parte de Dios, él suplirá lo que te falta para poder servirle con idoneidad. El mensaje para cada uno de nosotros incluido los pastores es que, si Dios te ha llamado, es porque él espera que des lo mejor de ti. Él te ha habilitado y te capacitará incluso en los conocimientos humanos, pero primero tienes que comprometerte con él en espíritu, con tu trabajo y con tus palabras. Amén.

Adorarle a El es el primer paso de la fe

Sermón para el domingo de Ramos
Lucas 19:28-40
Rev. Enzo Pellini

“Después de decir esto, Jesús siguió su camino en dirección a Jerusalén. 29 Cuando ya estaba cerca de Betfagué y de Betania, junto al monte que se llama de los Olivos, les dijo a dos de sus discípulos: 30 «Vayan a la aldea que está ante ustedes. Al entrar en ella, van a encontrar atado un burrito, sobre el cual nadie se ha montado. Desátenlo y tráiganlo aquí. 31 Si alguien les pregunta: “¿Por qué lo desatan?”, respondan: “Porque el Señor lo necesita.”» 32 Los discípulos se fueron y encontraron todo tal y como él les había dicho. 33 Mientras desataban el burrito, sus dueños les dijeron: «¿Por qué lo desatan?» 34 Y ellos contestaron: «Porque el Señor lo necesita.» 35 Luego se lo llevaron a Jesús, echaron sus mantos sobre el burrito, e hicieron montar a Jesús. 36 Conforme Jesús avanzaba, la multitud tendía sus mantos por el camino. 37 Cuando se acercó a la bajada del monte de los Olivos, todo el conjunto de sus discípulos comenzó a gritar de alegría y a alabar a Dios por todas las maravillas que habían visto; 38 y decían: «¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo, y gloria en las alturas!» 39 Algunos de los fariseos que iban entre la multitud le dijeron: «Maestro, ¡reprende a tus discípulos!» 40 Pero Jesús les dijo: «Si éstos callaran, las piedras clamarían

El Domingo de Ramos es una fiesta. Una fiesta de la alabanza a Dios. Una fiesta donde expresamos nuestra alegría a Dios porque él se muestra como nuestro rey, nuestro soberano, nuestro Dios. Todos aquellos que creyeron su mensaje durante esos tres años de su ministerio ahora estaban glorificando a Jesús como el Hijo de Dios, el rey, el mesías. Con el llamado domingo de Ramos, como leemos en el evangelio de hoy, se termina una etapa en el ministerio de Jesús y comienza otra en la vida de la humanidad.

Jesús se mostró como ser humano, como un simple hombre para poder llegar en una manera más comprensible a la gente. No obstante encarnarse en un cuerpo humano, su Espíritu era el Espíritu de Dios. Vivió como un hombre físicamente, pero interiormente era Dios. Su misión fue enseñar que, había sido enviado al mundo por Dios para traer un mensaje de felicidad, de esperanza y de salvación. En esto consistía el mensaje: Todos aquellos que acepten que, Dios envió a su Hijo al mundo y decidan creer en Dios a través de él y acepten que, él vino a sacrificar su vida para darnos la salvación, podremos considerarnos salvos y rebaño de Dios.
Esta afirmación puede ser muy simple de entender, si de veras lo aceptamos por fe, o puede ser muy difícil e intrincada si queremos verlo con ojos humanos críticos. Esto no es algo que vayamos a entender humanamente, tienes la libertad de aceptarlo o no. Pero sólo depende de ti y de tu fe en el mensaje del Evangelio.

La iglesia no es un club, ni una asociación civil, ni una empresa, ni una sociedad de beneficencia o caridad. La iglesia no es una sociedad filantrópica, la iglesia no es una entidad étnica o secular. La iglesia es sí un edificio, donde aquellos que confiesan esta fe en Jesucristo se reúnen a adorar y alabar su nombre. Se reúnen a compartir su Palabra que, está registrada sólo en el libro que llamamos Biblia que, es nuestra autoridad suprema. Venimos a la iglesia a buscar su ayuda. Su ayuda no es humana. Venimos a buscar la ayuda divina, es decir la ayuda de Dios. Cuando oramos estamos mostrando que creemos en él. Las personas que no oran, todavía no están creyendo en Dios. Las personas que no pueden orar todavía no han aceptado a Jesucristo como su Señor y Salvador. Es imposible decir que soy cristiano si no puedo orar a Dios. Esa es una buena señal para saber si soy cristiano: ¿Puedo orar a Dios? ¿Tengo una vida de oración diaria de comunicación con Dios? Si no es así, entonces hay un problema en tu vida ‘cristiana’. Hay algo que no está funcionando en tu vida espiritual.

A partir del Domingo de Ramos, se puede decir que, se termina la tarea ministerial de Cristo en la tierra. Jesús comienza a mostrarse ya como rey, como Dios, como mesías, como enviado de Dios. Ya no se va a mostrar más como un hombre, profeta y maestro. La gente que lo alaba y ora a él lo está viendo como Dios. Durante la semana santa viene el sufrimiento, lo que llamamos también ‘pasión’. Pues Cristo ‘padece’, sufre. Allí comienza el sacrificio de Cristo. Jesús se sacrificará por nosotros. Esto es algo un tanto difícil de entender: ¿por qué se sacrifica?, ¿para qué? Son preguntas difíciles de responder aún los teólogos más sabios podrían no responder acertadamente. Pero hay algo que, sí podemos hacer con nuestra disposición humana: creer en él. Dios no nos pide cosas raras. Dios no pide que, seas un profesor en teología o un sabio instruido. Dios lo único que te está pidiendo es tu fe y tu entrega a él. Ese es el primer paso de la fe.

En esta semana santa quiero acercar un mensaje simple, sencillo y a la vez desafiante. De la misma manera que lo intentó Cristo durante todo su ministerio. ¿Cómo está tu vida? ¿Estás creyendo en Cristo como Hijo de Dios? ¿O todavía tienes dudas? ¿Cómo está tu vida? ¿Crees que Dios murió en la cruz por ti? ¿Cómo está tu vida? ¿Aceptas que Dios es un Dios de amor que quiere llenar tu vida sólo con su amor y perdón? ¿Cómo está tu vida? ¿Estás depositando tu fe y confianza en Cristo pues él es Dios? ¿Cómo está tu vida? ¿Estás orando a diario a Dios, o no puedes orar y/o no sabes lo que es eso? Si no puedes contestar claramente y sin dudas a estas preguntas, y si de veras quieres ser cristiano vas a tener que poner tu vida en orden pues no es esa una vida de cristiano. Dios quiere un cambio de ti. Y ese cambio que estás necesitando tiene que ver con tu espíritu.

En esta semana santa, puede ser la oportunidad única para ti, de ver que hoy no estás aquí en este edificio pues, hace muchos años que asistes. Tú estás en este edificio porque esto es una iglesia. Y aquí en el momento que invocamos a Dios Padre Hijo y Espíritu Santo, Dios mismo se hace presente y quiere ser alabado, quiere ser glorificado quiere que le cantemos, quiere que leamos su palabra y por sobre todas las cosas quiere que creamos en él y tengamos una vida de oración. Seguramente él está esperando una respuesta de ti hoy.

En cambio, si tu vida está llena de fe y de respeto hacia él, seguramente que poco o mucho, pero, tienes una Biblia en tu casa que abres a diario, aunque muchas veces no entiendas mucho. Eso es obediencia y fe. Seguramente, estás depositando tu vida en Dios con confianza. Eso es obediencia y fe. Seguramente estás orando con tus propias palabras a diario, aunque sean oraciones simples. Eso es obediencia y fe. Seguramente amas a tu iglesia e intentas ponerla en el primer lugar y participar de todos los cultos que puedas. Eso es obediencia y fe. Si esas cosas estás viviendo y suceden en tu vida entonces alégrate porque estás alabando sinceramente a Dios de la misma manera que lo estaban haciendo aquellas personas que lo alabaron el Domingo de Ramos. Aunque no hayas vivido con él y aunque no hayas podido batir palmas delante de él. Pero sí estás batiendo palmas con tu corazón y él te ama por eso y te bendecirá todos los días de tu vida por eso mismo.

El ser cristiano se trata de otras cosas también. Cuando el mandamiento más importante nos dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Nos está queriendo decir que debemos amar y ayudar concretamente, materialmente, con trabajo, dinero, ayuda, amor, cariño, solidaridad. Es decir, con obras de amor. Eso no lo vamos a soslayar. Pero tampoco debemos soslayar que, en primer lugar, todo ello debe venir, después de haber alabado, adorado, glorificado a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador, como nuestro rey. Para Dios, de nada valen las obras, si primero no existe nuestro reconocimiento y adoración a él. Ese es el misterio del regalo de la salvación, de la prioridad de nuestra fe y adoración a él.

Dios necesita de nuestra adoración. Para él es lo más importante. Si podemos comprender eso y hacerlo, Dios comenzará a responder aquellas cosas en que, todavía no vemos respuestas en nuestras vidas. Y para terminar les cuento una anécdota real acerca del significado de poner en primer lugar nuestra adoración y confianza en Dios:

Los habitantes de Feldkirch, en Austria no sabían qué hacer. El masivo ejército de Napoleón se preparaba para atacar. Los soldados habían sido apostados en las cumbres encima de la pequeña ciudad que, estaba situada en la frontera austríaca. Se convocó rápidamente a un consejo de la ciudad para decidir si iban a defenderse o izarían la bandera blanca de rendición. Justo era Domingo de Pascua de Resurrección y la gente estaba reunida en la iglesia local.

El pastor se puso de pie y dijo: “Amigos, hemos estado contando hasta ahora con nuestras propias fuerzas, y aparentemente éstas han fallado. Puesto que hoy es el día de la resurrección de nuestro Señor, hagamos doblar las campanas, tengamos nuestro culto como siempre y dejemos este asunto en las manos de Dios. Ya conocemos nuestra debilidad, pero no todavía el poder que Dios tiene para defendernos”.

El consejo aceptó su plan y las campanas de la iglesia comenzaron a sonar. El enemigo, al escuchar el repentino repique de campanas, llegó a la conclusión que el ejército austríaco había llegado durante la noche para defender la ciudad. Antes de que el culto terminara, el enemigo levantó campamento y se marchó”.
Especialmente en Domingo de Ramos, Dios se acerca para pedirnos que recordemos que, él espera alabanza de nuestra parte, adoración y gloria como parte de nuestra obediencia a él.
Amen.

Dios siempre perdona pecados

Sermón para el 4to domingo de Cuaresma-
Enzo Pellini
Lucas 15:1-3.11-32

Todos los cobradores de impuestos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. 2 Los fariseos y los escribas comenzaron a murmurar, y decían: «Éste recibe a los pecadores, y come con ellos.»

3 Entonces Jesús les contó esta parábola:

Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos, 12 y el menor de ellos le dijo a su padre: “Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde.” Entonces el padre les repartió los bienes. 13 Unos días después, el hijo menor juntó todas sus cosas y se fue lejos, a una provincia apartada, y allí dilapidó sus bienes llevando una vida disipada. 14 Cuando ya lo había malgastado todo, sobrevino una gran hambruna en aquella provincia, y comenzó a pasar necesidad. 15 Se acercó entonces a uno de los ciudadanos de aquella tierra, quien lo mandó a sus campos para cuidar de los cerdos. 16 Y aunque deseaba llenarse el estómago con las algarrobas que comían los cerdos, nadie se las daba. 17 Finalmente, recapacitó y dijo: “¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen pan en abundancia, y yo aquí me estoy muriendo de hambre! 18 Pero voy a levantarme, e iré con mi padre, y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, 19 y no soy digno ya de ser llamado tu hijo; ¡hazme como a uno de tus jornaleros!’” 20 Y así, se levantó y regresó con su padre. Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y tuvo compasión de él. Corrió entonces, se echó sobre su cuello, y lo besó. 21 Y el hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y no soy digno ya de ser llamado tu hijo.” 22 Pero el padre les dijo a sus siervos: “Traigan la mejor ropa, y vístanlo. Pónganle también un anillo en su mano, y calzado en sus pies. 23 Vayan luego a buscar el becerro gordo, y mátenlo; y comamos y hagamos fiesta, 24 porque este hijo mío estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y lo hemos hallado.” Y comenzaron a regocijarse.

25 »El hijo mayor estaba en el campo, y cuando regresó y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas. 26 Entonces llamó a uno de los criados, y le preguntó qué estaba pasando. 27 El criado le respondió: “Tu hermano ha vuelto, y tu padre ha ordenado matar el becerro gordo, porque lo ha recibido sano y salvo.” 28 Cuando el hermano mayor escuchó e sto, se enojó tanto que no quería entrar. Así que su padre salió a rogarle que entrara. 29 Pero el hijo mayor le dijo a su padre: “Aunque llevo tantos años de servirte, y nunca te he desobedecido, tú nunca me has dado siquiera un cabrito para disfrutar con mis amigos. 30 Pero ahora viene este hijo tuyo, que ha malgastado tus bienes con rameras, ¡y has ordenado matar el becerro gordo para él!” 31 El padre le dijo: “Hijo mío, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. 32 Pero era necesario hacer una fiesta y regocijarnos, porque tu hermano estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y lo hemos hallado.”»


Una maravillosa historia de arrepentimiento y de volverse a Dios. Una historia que puede ocasionar el quiebre de corazón de muchos y hasta las lágrimas. Y una historia que puede ser tan sólo simpática para algunos otros. ¿Por qué la diferencia? Porque muchos de nosotros nos encontramos, quizás, en la posición del hijo mayor. El hijo mayor representa a los creyentes fieles a Dios y a su iglesia. El hijo menor representa a las personas que alguna vez tuvieron una comunión con Dios, pero por causa del pecado la perdieron. El Padre representa a Dios en esta historia.
El hijo menor representa a los creyentes, quizás como nosotros, que toda nuestra vida hemos creído en Cristo y hemos sido parte de la iglesia por muchos años. Nunca tuvimos quizás la desgracia de caer en pecado o de apartarnos de Dios y de la iglesia de una forma tan drástica, como en la parábola, la separación del hijo menor de la casa del padre.
Esta parábola está dirigida en primer lugar a los contemporáneos de Jesús. El hijo menor que quiere irse de la casa del padre no son sólo los pecadores, sino también el pueblo de Israel que no quería confiar en y obedecer a Jesús como el Hijo de Dios. Y esto es un rechazo hacia Dios el Padre. Y así como sucedió con el pueblo de Israel, que rechazaban que Jesús tuviera contacto con pecadores, con los marginados de la religión judía, como los cobradores de impuestos y las prostitutas, así también Jesús quería que ellos fuesen compasivos con los pecadores. No con el pecado, pero sí con las personas apartadas de Dios.
Jesús quería mostrarles que la relación con Dios debe ser una relación de obediencia y de cumplimiento de sus mandatos, pero a la vez de mostrar hacia los pecadores el mismo amor y misericordia de Cristo para que ellos también puedan volver a tener una relación con Dios.
Así también, nos causa a nosotros, a veces, rechazo que, personas apartadas de Dios puedan obtener la gracia y el perdón, y comenzar a vivir una vida de plena de fe y confianza y de compromiso con la iglesia que, muchas veces nos impacta. Pues esta nueva comunión, llega a ser más comprometida que la nuestra. Tal fue el arrepentimiento y reconocimiento del hijo menor de lo que significa poder vivir otra vez una vida en comunión con el padre.

Dos mensajes esenciales provienen de esta parábola para nosotros hoy y aquí: que el pecado separa y rompe la comunión con Dios y que esto nos puede suceder a cualquiera de nosotros, no estamos exentos de esto. Y en segundo lugar que debemos ser compasivos con aquellos que se encuentran en pecado y tratar de amarlos para que puedan otra vez hallar el camino a Cristo.

Hoy me gustaría también hablar de lo que significa el concepto pecado. Jesús mismo usa esta expresión. Jesús no niega la existencia del pecado. El dice que: “Así también será en el cielo: habrá más gozo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse”. (Lc 15:7)
El hace una clara diferencia entre el que peca y el que no. Para él está claro que no son dos tipos de personas iguales.

La palabra pecado en nuestra sociedad, especialmente para los no creyentes, suena como una expresión anticuada. Es como algo del pasado, incluso caduco y retrógrado. Una palabra que sólo es utilizada en ciertas iglesias, pero quizás no en nuestro ámbito. Para nosotros no es una palabra anticuada. Es una palabra que sigue teniendo su vigencia. Pecado significa ni más ni menos separación de Dios, permanecer lejos de las leyes de Dios y del beneficio de su comunión.

¿Y en qué radica esta separación? O, ¿cómo podemos darnos cuenta de que vivimos separados de Dios? La única referencia que tenemos para comprobarlo es la Biblia. Cuando no vivimos nuestra vida de acuerdo a la palabra de Dios, estamos viviendo una vida a nuestra manera, y no como Dios quiere, es decir, no de acuerdo a su voluntad.
Hoy en día hay muchos que ponen en tela de juicio lo que dice la Biblia y creen tener más autoridad sobre ella al querer interpretarla a su conveniencia o anteponer otras filosofías o principios parta su interpretación. Hay muchos que cuestionan la Biblia, diciendo que la Biblia necesita ser reinterpretada o adaptada a nuestros tiempos, como si nuestra generación fuese la poseedora autorizada para dar otra interpretación u omitir partes de la Biblia de acuerdo a su parecer. Incluso escuché decir una vez: Dios no interviene en el mundo por medio de un ‘simple libro’—refiriéndose a la Biblia. Dicen que Dios aparece y se manifiesta de otras maneras. Y eso es cierto, Dios se manifiesta constantemente por medio de su Espíritu Santo, pero eso no contradice que El se ha manifestado más que nada a los seres humanos en la forma escrita de lo que hoy llamamos Biblia. Allí se expresa la Voluntad de Dios. Por eso debemos ser cautos de no confundir el ‘espíritu de este mundo’ (1 Co 2:12) con el Espíritu Santo de Dios. Cada vez que nos acercamos a la Biblia con fe y respeto a Dios, recibiremos un mensaje que va más allá de nuestra naturaleza humana.

Para Jesús, el pecado era algo claro. Significa estar separado de Dios. Vivir una vida que nada tiene que ver con su palabra. Jesús nunca discriminó a nadie. El siempre estuvo ahí cerca; se acercó a los pecadores, pero con la intención que se arrepintieran y se volviesen a Dios. Y lo consiguió, más que nada porque él es Dios, pero también por su amor al prójimo. Ese es el amor que Jesús nos manda a poner en práctica.

Hace un tiempo leí un pensamiento de Billy Graham que me gustó y dice: “El trabajo del Espíritu Santo es convencer, el trabajo de Dios es juzgar y el mío es amar”.
Tenemos que ver al mundo entero con los ojos de Jesús, digno de ser amado, pero no por eso aprobar lo que muchos estén haciendo que a lo mejor no coincida con la voluntad de Dios. Jesús no aprueba el pecado.
El echó del templo a los mercaderes que querían aprovecharse del pueblo y profanar y faltarle el respeto al templo; Acusó a Judas de traicionarlo; Enfrentó la vida corrupta de Zaqueo el recaudador de impuestos o la vida desordenada de la mujer samaritana; o la vida moralmente incorrecta de la adúltera. Si bien los aceptó a todos, también los perdonó “de su pecado” y les dijo más de una vez: “Vete, y no peques más” (Jn 8:11). También dijo: “Yo no he venido a llamar al arrepentimiento a los justos, sino a los pecadores” (Lc 5:32)
La sociedad en la que vivimos, sin embargo, a veces no tan cristiana nos dice que hagamos todo lo que nos haga sentir bien, que hagamos lo que sintamos, que disfrutemos la vida, porque lo más importante es sentirnos felices y amar al mundo entero, con paz y felicidad y amor. Y eso es todo cierto; no contradice las promesas de Jesús cuando nos asegura una “vida en abundancia” (Jn 10:10) para todos los que le siguen. Pero esa vida en plenitud es una vida nueva en Cristo fundamentada en sus enseñanzas.
Cuando Jesús habla: “Tu hermano estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y lo hemos hallado”. Está hablando no sólo de una conversión, es decir, de empezar a creer en Cristo como el Hijo de Dios, sino también de un cambio de vida. No basta decir: creo en Dios, sino que se nos invita a vivir a Dios con nuestro modo de vida.
Si hoy le preguntáramos a Jesús, ¿de dónde podremos obtener la información para saber cuáles son las cosas que tú quieres que cambiemos de modo de poder estar otra vez en tu comunión? Seguramente Jesús nos diría:
“El que tiene mis mandamientos, y los obedece, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré, y me manifestaré a él. ” (Juan 14:21) ¿Dónde se encuentran esos mandamientos? En la Palabra de Dios, la Biblia que es el fundamento de nuestra fe.
A lo largo de la historia de la salvación vemos en la Biblia y en la historia de la iglesia que Dios obraba y se manifestaba a través de su Espíritu en la vida personal, en las familias y en muchas comunidades que fueron fieles a su palabra, no es de otra manera.
Que Dios nos permita permanecer fieles a su Palabra que aún permanece. Y que, a través de nuestra obediencia, el Espíritu Santo puede obrar en medio de nosotros, para que nuestra vida se llene de la sabiduría de Dios y del verdadero amor de su Hijo Jesucristo. Pidamos perdón por aquellos pecados de los que somos conscientes para que Dios pueda transformarnos. Y que el favor y el gozo de Dios por haber vuelto a la casa del padre se hagan realidad. Amen

El único que puede satisfacer

De cierto, de cierto les digo: El que cree en mí, tiene vida eterna.
Juan 6:47

En medio de un mundo de mucha gente descreída e incrédula se nos invita una y otra vez a creer. Y no sólo a creer en las muchas ofertas filosóficas que el mundo nos ofrece sino en Aquel que se proclama como el pan vivo bajado del cielo, el único que puede satisfacer nuestras necesidades y darnos plenitud de vida ya aquí en la tierra y más allá de esta vida.

Jesús les dijo: «Yo soy el pan de vida. El que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. … Los judíos murmuraban acerca de él, porque había dicho: «Yo soy el pan que descendió del cielo.» 42 Y decían: «¿Acaso no es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? Entonces ¿cómo puede decir: “Del cielo he descendido”?» 43 Jesús les respondió: «No estén murmurando entre ustedes. 44 Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo trae. Y yo lo resucitaré en el día final. 45 En los profetas está escrito: “Y todos serán enseñados por Dios.” Así que, todo aquel que ha oído al Padre, y ha aprendido de él, viene a mí. 46 No es que alguno haya visto al Padre, sino el que vino de Dios; éste sí ha visto al Padre. 47 De cierto, de cierto les digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. 48 Yo soy el pan de vida. 49 Los padres de ustedes comieron el maná en el desierto, y murieron. 50 Éste es el pan que desciende del cielo, para que el que coma de él, no muera. 51 Yo soy el pan vivo que descendió del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual daré por la vida del mundo.»
Juan 6:35.41-51