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Primero la adoración, luego el servicio

Sermón para el Quinto Domingo de Cuaresma – 06/04/2025

Rev. Enzo Pellini
Juan 12:1-8 (NVI)

1 Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde vivía Lázaro, a quien Jesús había resucitado.
2 Allí se dio una cena en honor de Jesús. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con él.
3 María tomó entonces unos treinta gramos de nardo puro, que era un perfume muy caro, y lo derramó sobre los pies de Jesús, secándoselos luego con sus cabellos. Y la casa se llenó con la fragancia del perfume.
4 Judas Iscariote, que era uno de sus discípulos y que más tarde lo traicionaría, objetó:
5 —¿Por qué no se vendió este perfume, que vale muchísimo dinero, para dárselo a los pobres?
6 Dijo esto, no porque se interesara por los pobres, sino porque era un ladrón y, como tenía a su cargo la bolsa del dinero, acostumbraba a robarse lo que echaban en ella.
7 —Déjala en paz —respondió Jesús—. Ella ha estado guardando este perfume para el día de mi sepultura.
8 A los pobres siempre los tendrán con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán.


El regalo de María a Jesús

El Evangelio de hoy nos habla de María de Betania y su profundo amor por Jesús. Ella ungió a Jesús con un perfume costoso, un acto poderoso de adoración. Su acción nos muestra lo que significa verdaderamente honrar a Cristo.

Seis días antes de la Pascua, Jesús estaba en Betania, donde se ofreció una cena en su honor. Lázaro, a quien Jesús había resucitado, estaba presente con sus hermanas, María y Marta. Durante la comida, María tomó un frasco de nardo puro, un perfume muy caro, y lo derramó sobre los pies de Jesús. Luego, los secó con su cabello, y toda la casa se llenó con la fragancia del perfume.

Judas Iscariote se indignó: “¿Por qué no se vendió este perfume para dar el dinero a los pobres?” Pero no lo dijo porque le importaran los pobres, sino porque robaba de la bolsa común.

Jesús le respondió: “Déjala en paz… a los pobres siempre los tendrán, pero a mí no siempre me tendrán”. Jesús estaba enseñando que adorarlo a Él es lo más importante. Ayudar a los pobres es bueno, pero amar y honrar a Dios debe venir primero. Esto es parte del Gran Mandamiento:

“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente… y ama a tu prójimo como a ti mismo.” (Mateo 22:37-39, NVI)


El costo de la adoración

El perfume que usó María valía unos 300 denarios, lo que hoy serían aproximadamente 45.000 dólares canadienses. No fue un sacrificio pequeño. Fue un gran acto de amor.

Algunos podrían pensar que lo desperdició. Pero la verdadera adoración no se trata de contar el costo, sino de entregarlo todo a Dios. Cuando amamos a Jesús, le damos lo mejor de nosotros.


¿Por qué usó perfume?

En el Antiguo Testamento, los reyes y sacerdotes eran ungidos con aceite. Al ungir a Jesús, María estaba mostrando que Él era el Mesías, el elegido de Dios. Además, su acción apuntaba a la muerte próxima de Jesús: en esa época, se ungían los cuerpos antes del entierro. Sin saberlo, María estaba preparando a Jesús para su sacrificio.

También, secar sus pies con su cabello fue un gesto de profunda humildad. En la cultura judía, el cabello de una mujer era algo muy especial. Al usarlo, María mostraba que Jesús era lo más importante en su vida.


Una conexión moderna: La iglesia y sus edificios

Esta historia me hace pensar en un tema actual: la crisis habitacional en Canadá. He leído que algunas iglesias (no sólo en Canadá) quieren ayudar usando sus edificios como refugios, incluso vendiéndolos o reduciendo su tamaño.

Es una buena idea, no me malinterpreten, pero también debemos recordar que los templos son lugares de adoración. Una iglesia no es solo un edificio, es un lugar donde la gente se encuentra con Dios.

¿Es vender templos la mejor solución? ¿O el verdadero problema está en las políticas gubernamentales y la economía?

La crisis habitacional necesita cambios reales, no solo soluciones temporales. Las iglesias pueden apoyar a los pobres y al mismo tiempo ser voz profética por leyes justas. No debemos olvidar que muchos templos fueron construidos gracias a la generosidad de generaciones pasadas, con el propósito de adorar a Dios y predicar Su Palabra.


Primero la adoración, luego el servicio

El perfume de María nos recuerda este equilibrio. Judas dijo que debería haberse vendido para los pobres, pero Jesús sabía que la adoración viene primero. Amar a Dios nos ayuda a amar mejor al prójimo.

La iglesia no es solo una organización de ayuda social. Es el cuerpo de Cristo. Si perdemos nuestros lugares de adoración, podríamos también perder la fe que nos mueve a ayudar a otros.

Nuestra misión debe nacer de un corazón que adora primero a Dios.


La fragancia de la verdadera adoración

Una de las imágenes más poderosas de este pasaje es la fragancia del perfume llenando la casa. En la Biblia, las fragancias están ligadas a la adoración y el sacrificio. En Éxodo, se quemaba incienso como símbolo de las oraciones que suben a Dios. En las cartas de Pablo, él describe el sacrificio de Cristo como una “ofrenda de aroma fragante” (Efesios 5:2, NVI).

Esto nos recuerda que la adoración verdadera deja un impacto duradero. Así como el perfume llenó la casa, nuestra adoración debe llenar el mundo con el amor de Cristo.


Jesús y los pobres

Algunos malinterpretan las palabras de Jesús: “A los pobres siempre los tendrán con ustedes.” No fue un desprecio. Jesús estaba citando Deuteronomio 15:11, que manda ser generosos con los necesitados.

Jesús recordaba a sus seguidores que siempre debían cuidar a los pobres. Pero también enseñaba que hay momentos en que la adoración debe tener prioridad.

Judas usó a los pobres como excusa, pero Jesús conocía su corazón. Hoy vemos actitudes similares en la política: algunos hablan de ayudar a los pobres, pero no hacen nada real.

Por eso, la Iglesia debe seguir siendo una voz profética de justicia verdadera, enraizada en la adoración.


Un llamado a la acción

Las palabras de Jesús —“Siempre tendrán a los pobres”— no son excusa para ignorar la pobreza. Nos recuerdan que ayudar a los necesitados es un compromiso a largo plazo. El verdadero problema no son los edificios, sino los salarios justos, la vivienda accesible y la responsabilidad del gobierno.

Las iglesias no deberían sentirse presionadas a vender sus templos para arreglar un sistema roto. Debemos trabajar por un cambio duradero, sin perder el enfoque en la adoración.

Estamos llamados a ser como María y como Jesús. Como María, debemos estar dispuestos a dar lo mejor a Cristo. Como Jesús, debemos preocuparnos por los pobres, no solo con palabras, sino con acciones concretas.


Dar lo mejor a Jesús

Jesús nos enseña a cuidar a los pobres, pero también nos muestra que la adoración es la base de todo lo que hacemos. María le dio lo mejor a Jesús. Nosotros estamos llamados a hacer lo mismo.

En esta Cuaresma, preguntémonos:
¿Estamos poniendo a Jesús en primer lugar?
¿Estamos ayudando a otros de formas que produzcan cambios reales?
¿Estamos fortaleciendo nuestra adoración para que todo lo que hacemos esté enraizado en el amor de Dios?

Seamos como María: ofrezcamos lo mejor a Dios, sabiendo que la verdadera adoración transforma el mundo a nuestro alrededor.

Que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.
Amén.

El Tiempo de Gracia: Preparándonos para la Eternidad

Tercer Domingo de Cuaresma- 23.03.2025

Pastor Enzo Pellini

Lucas 13:1-9

13 En ese momento estaban allí algunos que le contaron a Jesús el caso de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios que ellos ofrecían. 2 Jesús les dijo: «¿Y creen ustedes que esos galileos eran más pecadores que el resto de los galileos, sólo porque padecieron así? 3 ¡Pues yo les digo que no! Y si ustedes no se arrepienten, también morirán como ellos. 4 Y en el caso de los dieciocho, que murieron aplastados al derrumbarse la torre de Siloé, ¿creen ustedes que ellos eran más culpables que el resto de los habitantes de Jerusalén? 5 ¡Pues yo les digo que no! Y si ustedes no se arrepienten, también morirán como ellos.»

Parábola de la higuera estéril

6 También les dijo esta parábola: «Un hombre había plantado una higuera en su viña, y cuando fue a buscar higos en ella no encontró ninguno. 7 Entonces le dijo al viñador: “Hace tres años que vengo a buscar higos en esta higuera, y nunca encuentro uno solo. ¡Córtala, para que no se desaproveche también la tierra!” 8 Pero el viñador le dijo: “Señor, déjala todavía un año más, hasta que yo le afloje la tierra y la abone. 9 Si da fruto, qué bueno. Y si no, córtala entonces.”»

***

Cuando llegué a Canadá, tuve mi entrevista con la iglesia, en la cual de alguna manera querían hacer conmigo una especie de revalidación del título, como lo hacen las empresas y otras profesiones. Es una sana costumbre en Canadá, para evaluar el nivel de los conocimientos. Aunque yo académicamente no lo necesitaba. Lo tomé más bien como una adaptación a un nuevo país, una realidad distinta. Así que tuve que someterme a seis semanas de práctica, lectura y entrevistas.

Una de las personas, del comité examinador, un laico, me planteó lo siguiente: “A mí me pasa, y a veces pasa, que no tengo ganas de ir a la iglesia. ¿Cómo le respondería a una persona con esa inquietud?” Pensé por un momento qué respuesta esperaba esta mujer y cuáles de las diversas respuestas que podía ofrecerle serían las más adecuadas. En ese instante, pensé: ¿Qué me dice la Biblia al respecto? Fue la respuesta más sencilla, pero no necesariamente la más políticamente correcta para mi situación, que podría perjudicarme en este proceso. Sin embargo, no me importó y le dije que el tercer mandamiento dice: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo.” A partir de ahí, cada uno puede sacar sus propias conclusiones. Nadie está obligado a ir a la iglesia, pero podemos ver que ser parte de la iglesia nos trae bendición a nuestra vida, y es por eso que vamos. Es una elección sobre el tipo de calidad de vida que queremos tener. Y eso nos motiva a ir. Pues decimos que tenemos una relación con Dios y queremos adorarle y agradecerle semanalmente con los demás creyentes, así lo declaramos en nuestro Credo todos los domingos: Creo en la comunión de los santos. No sé si le gustó mi respuesta, pero así fue como le contesté.

Hoy se nos presenta nuevamente, en este tiempo de Cuaresma, la pregunta: ¿Cuál es nuestra posición frente a Dios? ¿En qué lugar ponemos nuestra relación con Jesús y Su iglesia en nuestra vida diaria? ¿En qué estado está nuestra vida espiritual? ¿Necesitamos una conversión, es decir, comenzar a vivir una nueva vida en Dios? ¿O necesitamos solo revitalizar nuestra relación con Jesús? Eso es algo que cada uno de nosotros puede saber mejor y responder.

Una buena pregunta esta mañana para determinar si estamos en el camino de Dios, con Dios y para Dios es: ¿Cómo comenzamos el día a día? ¿Lo empezamos poniendo a Dios en primer lugar, comenzamos el día con una oración? Aunque esto pueda parecer insignificante y trivial en medio de todo nuestro día, es lo que nos da la pauta para entender en qué nivel de relación y compromiso nos encontramos con Dios.

I. La fragilidad de la vida: No la desperdiciemos

La lectura del evangelio nos muestra que Jesús también se preocupaba por nuestra relación con Dios. La gente, aterrada por los acontecimientos, no tenía la paz necesaria para construir una buena relación con Dios a través de Él. Estaban llenos de preocupaciones por las malas noticias de la vida, incluso sin tener televisor, y se lamentaban, preguntándose por qué ocurren las cosas malas. Hoy en día, muchas personas no tienen un solo día de paz debido a todas las noticias que llegan de los noticieros. Se preguntan dónde está Dios frente a todas las tragedias, e incluso llegan a cuestionar la existencia de Dios, perdiendo la fe y alejándose de Él y de la iglesia.

Este tipo de preguntas no son nuevas. Jesús nos cuenta dos tragedias: una masacre de galileos y un accidente con una torre que mató a 18 personas. La gente pensaba que esos que murieron debían haber sido más pecadores que los demás, pero Jesús les responde con un mensaje contundente: “Si no se convierten, todos perecerán de la misma manera” (Lucas 13:3,5).

Este mensaje nos recuerda la fragilidad de la vida. No sabemos cuánto tiempo tenemos aquí en la tierra. La vida es breve y, como cristianos, no debemos esperar a mañana para acercarnos a Dios. Jesús nos llama a vivir en arrepentimiento y transformación hoy, no mañana.

En tiempos de tanta información, como los que vivimos ahora, podemos quedarnos atrapados en el sufrimiento ajeno sin reconocer que todo lo que vivimos, buenas o malas noticias, son una llamada a la reflexión. Las tragedias no son solo hechos a entender, sino oportunidades para volvernos a Dios, para revisar nuestra vida y valorar lo que verdaderamente importa. La Cuaresma nos invita a hacer este examen, a revisar qué estamos haciendo con el tiempo que Dios nos ha dado.

II. Dios nos da tiempo para cambiar

Jesús, a través de la parábola de la higuera estéril, nos muestra cómo Dios, en su paciencia, nos da tiempo para cambiar y dar frutos. El dueño de la viña quería cortar la higuera que no daba fruto, pero el viñador le pide un año más para cuidarla y darle la oportunidad de cambiar. Este viñador es Cristo mismo, quien intercede por nosotros, dándonos tiempo para que cambiemos, para que crezcamos, para que nos acerquemos a Él.

La Cuaresma es un tiempo especial en el que Dios nos da la oportunidad de ser transformados. Nos da tiempo para examinar nuestras vidas, para cavar en lo profundo de nuestro ser y remover lo que nos impide dar frutos. Pero, como en la parábola, no hay garantía de que siempre tendremos tiempo. Dios es paciente, pero su paciencia tiene un límite, y ese límite lo marca el tiempo que tenemos en esta vida.

III. Hoy como ayer Jesús nos llama al arrepentimiento: A un cambio de vida

El arrepentimiento significa un cambio de dirección. Jesús nos invita a dar frutos de arrepentimiento, es decir, vivir de una manera que refleje un verdadero cambio interior. El verdadero arrepentimiento produce frutos de amor, justicia y fe.

  1. Frutos de amor: Amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Vivir una vida de paciencia, generosidad y compasión.
  2. Frutos de justicia: Vivir con integridad, buscar lo que es correcto, y defender a los más débiles.
  3. Frutos de fe: Confiar en Dios, crecer en nuestra relación con Él y compartir nuestra fe con los demás.

Jesús dice en Juan 15:5: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto”. Nuestra vida solo tiene sentido cuando estamos conectados con Cristo. En este tiempo de Cuaresma, es el momento para revisar si estamos dando los frutos que Dios espera de nosotros.

IV. El Tiempo de Gracia: Preparándonos para la Eternidad

No sabemos cuánto tiempo nos queda en la tierra, pero sí sabemos que la eternidad es nuestro destino. La gran fiesta que Dios ha preparado para nosotros, el cielo, es la razón por la cual debemos aprovechar este tiempo para prepararnos.

Es fácil caer en la tentación de pensar que tenemos todo el tiempo del mundo, pero la realidad es que la vida es incierta. Si hoy supiéramos que es nuestro último día, ¿qué cambiaríamos en nuestra vida? Jesús nos invita a no esperar más, a vivir con Él ahora, a prepararnos para el evento eterno que Él tiene preparado para nosotros.

La vida es breve y frágil, y Dios nos da tiempo para arrepentirnos y cambiar. La Cuaresma es una oportunidad única para reflexionar, renovar nuestra relación con Él y vivir transformados. Jesús nos llama a convertirnos y dar frutos de amor, justicia y fe. No dejemos pasar este tiempo de gracia; aprovechemos la oportunidad para prepararnos para la eternidad que Él ha preparado para nosotros. Amen.

El Lamento de Jesús: Un Llamado a la Conversión

Sermón
16 de marzo de 2025
Rev. Enzo Pellini
Lucas 13:31-35

31 En ese momento se acercaron a Jesús unos fariseos y le dijeron:
—Sal de aquí y vete a otro lugar, porque Herodes quiere matarte.
32 Él contestó:
—Vayan y díganle a ese zorro: “Mira, hoy y mañana seguiré expulsando demonios y sanando a la gente. Al tercer día terminaré lo que debo hacer”.
33 Pero tengo que seguir adelante hoy, mañana y pasado mañana, porque no puede ser que muera un profeta fuera de Jerusalén.
34 »¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste!
35 Pues bien, la casa de ustedes va a quedar abandonada. Y les advierto que ya no volverán a verme hasta que digan: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”


En este segundo domingo de Cuaresma, las lecturas nos invitan a reflexionar sobre el camino hacia la salvación y el llamado a la conversión. Hoy, el Evangelio según San Lucas 13:31-35 nos presenta un momento profundamente emotivo en la vida de Jesús, un lamento por la ciudad de Jerusalén, que resuena en cada uno de nosotros como un llamado urgente a reflexionar sobre nuestra propia relación con Dios y nuestra disposición a aceptar su protección y su amor.

Mucho se ha dicho acerca de esta lectura. Algunos piensan que el pueblo de Israel acarreó una maldición sobre su historia por haber rechazado a Jesús, y que los conflictos y las dificultades que hoy enfrenta son consecuencia de ese rechazo. No lo sabemos con certeza, pero lo que es claro es que todos los primeros cristianos eran judíos. Dios no se fija en una raza o un pueblo en particular, sino que es fiel a quienes lo aceptan y lo siguen. Además, los conflictos, las guerras y el odio han existido en todas partes del mundo a lo largo de la historia.

Hoy, se nos recuerda la importancia de refugiarnos bajo las alas de esa gallina que personifica a Jesús, y sus polluelos somos cada uno de nosotros, los que creemos en Él. Somos los que nos cobijamos en su iglesia, poniendo en primer lugar la comunidad de los creyentes en nuestras vidas y reconociendo la Palabra de Dios como autoridad sobre nuestras decisiones.

¿Creen ustedes que hay una diferencia entre aquellos que no creen en Jesús y rechazan su iglesia, y los que sí lo hacen? Claro que sí. Es como comparar la vida de un pollito bajo las alas de su madre gallina con la vida de aquellos que deciden vivir desamparados, sin la protección de ella. No debemos sorprendernos de las consecuencias de una vida sin adoración a Dios y sin su protección. Muchas veces, cuando atravesamos problemas, las personas se quejan y vociferan: “¿Dónde está Dios?” Se preguntan por qué hay desgracias en el mundo, pero hoy este texto nos invita a reflexionar: ¿Acaso estábamos como los pollitos, bajo la protección de las alas de la gallina? ¿Reconocían los pollitos a su madre gallina?

Siguiendo esta comparación, ¿reconocemos a Cristo como nuestro Señor? ¿Nos amparamos en la iglesia de Cristo para nuestra propia protección y bien, o nos burlamos de la Palabra de Dios, la rechazamos y rechazamos a Cristo mismo?

Cuando las personas deciden firmemente aceptar a Cristo y comenzar a vivir una vida de fe y confianza en Dios, amparados por sus brazos protectores, eso es lo que llamamos conversión. Es difícil pensar en personas que no toman esta decisión y creer que verdaderamente han experimentado una conversión. En esta Cuaresma, se nos llama precisamente a la conversión, a esos pollitos que deben regresar bajo el cuidado de las alas de la madre gallina.

El Lamento de Jesús: “¡Jerusalén, Jerusalén!” (Lucas 13:31-35)
En el Evangelio de hoy, algunos fariseos advierten a Jesús que Herodes lo quiere matar. Jesús responde con un mensaje de determinación y lamento: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados!” Esta no es una simple queja; es un grito de dolor por la dureza de corazón de la ciudad que representa al pueblo elegido. Jesús lamenta la resistencia constante de Jerusalén, que, a pesar de recibir tantos mensajeros de parte de Dios, no los ha escuchado.
La imagen que Jesús utiliza, comparando a Jerusalén con una madre gallina que intenta reunir a sus polluelos bajo sus alas, es sumamente tierna, pero también desgarradora. Jesús, en su amor y compasión, desea reunir a su pueblo, ofrecerles refugio y seguridad bajo su protección, como una gallina cuida de sus polluelos. Sin embargo, el lamento de Jesús revela que, a pesar de su deseo, “no quisiste”; el pueblo de Jerusalén rechaza la salvación que Él ofrece.
Este rechazo no es solo un asunto del pasado. A través de esta imagen, Jesús también nos habla a nosotros hoy. Nos invita a preguntarnos: ¿Estamos dispuestos a abrir nuestro corazón y permitirle a Él cobijarnos bajo sus alas? ¿O, como Jerusalén, preferimos seguir nuestros propios caminos, rechazando la invitación a la salvación?
El pacto de Dios que experimentó Abrán también se extiende hacia nosotros. Aunque, como Jerusalén, muchas veces nos resistimos a aceptar la protección de Dios, Él sigue ofreciendo su escudo, su refugio, su salvación. Nos llama, al igual que a Abrán, a confiar en su promesa, a no temer, sabiendo que Él está con nosotros en los momentos de dificultad.

La Confianza en la Protección de Dios: “El Señor es mi luz y mi salvación” (Salmo 27)
El Salmo 27 refuerza esta idea de la confianza en la protección de Dios. “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré?” El salmista expresa una confianza profunda en la bondad de Dios, incluso cuando enfrenta peligros y adversidades. Esta confianza es la que Jesús ofrece a Jerusalén y a todos nosotros. En medio del caos, la oscuridad y la adversidad, Dios es nuestra luz y nuestra salvación, y Él quiere brindarnos refugio bajo sus alas, como una gallina cuida a sus polluelos.

El Llamado a la Perseverancia: “Sed imitadores míos” (Filipenses 3:17-4:1)
En Filipenses 3:17-4:1, San Pablo nos exhorta a seguir el ejemplo de aquellos que viven según el llamado de Cristo. Nos anima a ser firmes en nuestra fe y a perseverar en el camino de la salvación, mirando siempre hacia el cielo, nuestra verdadera patria. En este tiempo de Cuaresma, somos invitados a renovar nuestra confianza en Dios y a perseverar en la fe, sabiendo que, como Jerusalén, muchas veces enfrentamos desafíos y tentaciones. Sin embargo, el ejemplo de Jesús y los apóstoles nos anima a mantenernos firmes y seguir adelante, con la certeza de que la victoria final está en Cristo.

Un Llamado a la Conversión y a la Aceptación de la Salvación
Las lecturas de hoy, especialmente el Evangelio, nos llaman a la conversión. Jesús lamenta profundamente el rechazo de Jerusalén, pero, al mismo tiempo, nos ofrece una nueva oportunidad para acercarnos a Él. El tiempo de la Cuaresma es un tiempo de gracia, un tiempo para reflexionar sobre nuestra disposición a aceptar la salvación que Él nos ofrece. Como Abrán confió en las promesas de Dios y el salmista confiaba en su protección, también nosotros somos llamados a confiar plenamente en Dios y a caminar hacia Él con corazones abiertos.
Jesús no fuerza su salvación sobre nosotros; Él nos invita con amor, nos llama a acogernos bajo sus alas de protección. Pero, al igual que Jerusalén, debemos decidir si respondemos a esa invitación. Él lamenta profundamente cuando no le dejamos actuar en nuestras vidas, cuando seguimos nuestro propio camino y rechazamos su amor.

Conclusión: Un Tiempo para Decidir
Hoy, como en el tiempo de Jesús, nos encontramos ante una decisión crucial. La invitación a la salvación sigue siendo ofrecida a todos. Jesús, al igual que en su lamento por Jerusalén, sigue esperando que lo aceptemos, que le dejemos reunirnos bajo sus alas y que caminemos hacia Él con fe y esperanza.

Que esta Cuaresma sea un tiempo de conversión personal, de reflexión sobre nuestra disposición a seguir a Jesús y aceptar su protección. No importa lo que hayamos vivido o las veces que hayamos rechazado a Dios, Él sigue ofreciéndonos su amor y su salvación. Recibamos su invitación con un corazón abierto, con la certeza de que, como dice el salmo, “el Señor es nuestra luz y nuestra salvación”.