Sermón
16 de marzo de 2025
Rev. Enzo Pellini
Lucas 13:31-35
31 En ese momento se acercaron a Jesús unos fariseos y le dijeron:
—Sal de aquí y vete a otro lugar, porque Herodes quiere matarte.
32 Él contestó:
—Vayan y díganle a ese zorro: “Mira, hoy y mañana seguiré expulsando demonios y sanando a la gente. Al tercer día terminaré lo que debo hacer”.
33 Pero tengo que seguir adelante hoy, mañana y pasado mañana, porque no puede ser que muera un profeta fuera de Jerusalén.
34 »¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste!
35 Pues bien, la casa de ustedes va a quedar abandonada. Y les advierto que ya no volverán a verme hasta que digan: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”
En este segundo domingo de Cuaresma, las lecturas nos invitan a reflexionar sobre el camino hacia la salvación y el llamado a la conversión. Hoy, el Evangelio según San Lucas 13:31-35 nos presenta un momento profundamente emotivo en la vida de Jesús, un lamento por la ciudad de Jerusalén, que resuena en cada uno de nosotros como un llamado urgente a reflexionar sobre nuestra propia relación con Dios y nuestra disposición a aceptar su protección y su amor.
Mucho se ha dicho acerca de esta lectura. Algunos piensan que el pueblo de Israel acarreó una maldición sobre su historia por haber rechazado a Jesús, y que los conflictos y las dificultades que hoy enfrenta son consecuencia de ese rechazo. No lo sabemos con certeza, pero lo que es claro es que todos los primeros cristianos eran judíos. Dios no se fija en una raza o un pueblo en particular, sino que es fiel a quienes lo aceptan y lo siguen. Además, los conflictos, las guerras y el odio han existido en todas partes del mundo a lo largo de la historia.
Hoy, se nos recuerda la importancia de refugiarnos bajo las alas de esa gallina que personifica a Jesús, y sus polluelos somos cada uno de nosotros, los que creemos en Él. Somos los que nos cobijamos en su iglesia, poniendo en primer lugar la comunidad de los creyentes en nuestras vidas y reconociendo la Palabra de Dios como autoridad sobre nuestras decisiones.
¿Creen ustedes que hay una diferencia entre aquellos que no creen en Jesús y rechazan su iglesia, y los que sí lo hacen? Claro que sí. Es como comparar la vida de un pollito bajo las alas de su madre gallina con la vida de aquellos que deciden vivir desamparados, sin la protección de ella. No debemos sorprendernos de las consecuencias de una vida sin adoración a Dios y sin su protección. Muchas veces, cuando atravesamos problemas, las personas se quejan y vociferan: “¿Dónde está Dios?” Se preguntan por qué hay desgracias en el mundo, pero hoy este texto nos invita a reflexionar: ¿Acaso estábamos como los pollitos, bajo la protección de las alas de la gallina? ¿Reconocían los pollitos a su madre gallina?
Siguiendo esta comparación, ¿reconocemos a Cristo como nuestro Señor? ¿Nos amparamos en la iglesia de Cristo para nuestra propia protección y bien, o nos burlamos de la Palabra de Dios, la rechazamos y rechazamos a Cristo mismo?
Cuando las personas deciden firmemente aceptar a Cristo y comenzar a vivir una vida de fe y confianza en Dios, amparados por sus brazos protectores, eso es lo que llamamos conversión. Es difícil pensar en personas que no toman esta decisión y creer que verdaderamente han experimentado una conversión. En esta Cuaresma, se nos llama precisamente a la conversión, a esos pollitos que deben regresar bajo el cuidado de las alas de la madre gallina.
El Lamento de Jesús: “¡Jerusalén, Jerusalén!” (Lucas 13:31-35)
En el Evangelio de hoy, algunos fariseos advierten a Jesús que Herodes lo quiere matar. Jesús responde con un mensaje de determinación y lamento: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados!” Esta no es una simple queja; es un grito de dolor por la dureza de corazón de la ciudad que representa al pueblo elegido. Jesús lamenta la resistencia constante de Jerusalén, que, a pesar de recibir tantos mensajeros de parte de Dios, no los ha escuchado.
La imagen que Jesús utiliza, comparando a Jerusalén con una madre gallina que intenta reunir a sus polluelos bajo sus alas, es sumamente tierna, pero también desgarradora. Jesús, en su amor y compasión, desea reunir a su pueblo, ofrecerles refugio y seguridad bajo su protección, como una gallina cuida de sus polluelos. Sin embargo, el lamento de Jesús revela que, a pesar de su deseo, “no quisiste”; el pueblo de Jerusalén rechaza la salvación que Él ofrece.
Este rechazo no es solo un asunto del pasado. A través de esta imagen, Jesús también nos habla a nosotros hoy. Nos invita a preguntarnos: ¿Estamos dispuestos a abrir nuestro corazón y permitirle a Él cobijarnos bajo sus alas? ¿O, como Jerusalén, preferimos seguir nuestros propios caminos, rechazando la invitación a la salvación?
El pacto de Dios que experimentó Abrán también se extiende hacia nosotros. Aunque, como Jerusalén, muchas veces nos resistimos a aceptar la protección de Dios, Él sigue ofreciendo su escudo, su refugio, su salvación. Nos llama, al igual que a Abrán, a confiar en su promesa, a no temer, sabiendo que Él está con nosotros en los momentos de dificultad.
La Confianza en la Protección de Dios: “El Señor es mi luz y mi salvación” (Salmo 27)
El Salmo 27 refuerza esta idea de la confianza en la protección de Dios. “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré?” El salmista expresa una confianza profunda en la bondad de Dios, incluso cuando enfrenta peligros y adversidades. Esta confianza es la que Jesús ofrece a Jerusalén y a todos nosotros. En medio del caos, la oscuridad y la adversidad, Dios es nuestra luz y nuestra salvación, y Él quiere brindarnos refugio bajo sus alas, como una gallina cuida a sus polluelos.
El Llamado a la Perseverancia: “Sed imitadores míos” (Filipenses 3:17-4:1)
En Filipenses 3:17-4:1, San Pablo nos exhorta a seguir el ejemplo de aquellos que viven según el llamado de Cristo. Nos anima a ser firmes en nuestra fe y a perseverar en el camino de la salvación, mirando siempre hacia el cielo, nuestra verdadera patria. En este tiempo de Cuaresma, somos invitados a renovar nuestra confianza en Dios y a perseverar en la fe, sabiendo que, como Jerusalén, muchas veces enfrentamos desafíos y tentaciones. Sin embargo, el ejemplo de Jesús y los apóstoles nos anima a mantenernos firmes y seguir adelante, con la certeza de que la victoria final está en Cristo.
Un Llamado a la Conversión y a la Aceptación de la Salvación
Las lecturas de hoy, especialmente el Evangelio, nos llaman a la conversión. Jesús lamenta profundamente el rechazo de Jerusalén, pero, al mismo tiempo, nos ofrece una nueva oportunidad para acercarnos a Él. El tiempo de la Cuaresma es un tiempo de gracia, un tiempo para reflexionar sobre nuestra disposición a aceptar la salvación que Él nos ofrece. Como Abrán confió en las promesas de Dios y el salmista confiaba en su protección, también nosotros somos llamados a confiar plenamente en Dios y a caminar hacia Él con corazones abiertos.
Jesús no fuerza su salvación sobre nosotros; Él nos invita con amor, nos llama a acogernos bajo sus alas de protección. Pero, al igual que Jerusalén, debemos decidir si respondemos a esa invitación. Él lamenta profundamente cuando no le dejamos actuar en nuestras vidas, cuando seguimos nuestro propio camino y rechazamos su amor.
Conclusión: Un Tiempo para Decidir
Hoy, como en el tiempo de Jesús, nos encontramos ante una decisión crucial. La invitación a la salvación sigue siendo ofrecida a todos. Jesús, al igual que en su lamento por Jerusalén, sigue esperando que lo aceptemos, que le dejemos reunirnos bajo sus alas y que caminemos hacia Él con fe y esperanza.
Que esta Cuaresma sea un tiempo de conversión personal, de reflexión sobre nuestra disposición a seguir a Jesús y aceptar su protección. No importa lo que hayamos vivido o las veces que hayamos rechazado a Dios, Él sigue ofreciéndonos su amor y su salvación. Recibamos su invitación con un corazón abierto, con la certeza de que, como dice el salmo, “el Señor es nuestra luz y nuestra salvación”.


